LXXVIII.- CUANDO LAS MUJERES PROPUSIERON CAMBIAR EL FÚTBOL

Pensar o expresar «como siempre» no es lo mismo que pensar o decir “igual que siempre”. Como siempre estaban ahí en el Bar de la Esquina de Las Cuatro Fronteras -ese albergue cotidiano de voces hondas sobre pelotazos, jugadores, códigos de comportamiento, historias increíbles, anécdotas fantásticas y cosas de la vida y del corazón- , la María Marta Aznares con sus fibras de piba buena y sonrisa infaltable, la Melisa Del Río dibujando una juguetería con el rostro y su curiosidad invencible, la Mayra Correa seductora en su seriedad y con un par de duendes por ojos, la Valérie Lagrange con su sapiencia y fe de gente fresca, también, todos de pie rodeando esa mesa singular y exclusiva de chicas muy jóvenes, la nutrida barra de los otros nobles parroquianos del lugar, los muchachos de todas las edades. Como siempre pero no igual que siempre porque esa vez, a diferencia de cualquier vez, la Valérie no las había citado a ellas y a los habitués del bar para enriquecerse las orejas con las charlas de cada oportunidad, escuchando a los muchachos de pocos o muchos almanaques y participando activamente con sus propias vivencias futboleras. Piba indispensable, la Valérie portaba un cuerpo hecho mitad de huesos y mitad de sueños y esperanzas, y era por eso que su convocatoria traía un tema trascendental además de muy urgente tratamiento: había que hacer un cambio sustancial en el reglamento del fútbol.
“Cambiarlo, sí, cambiarlo ya”, proclamó, mostrando sus dientes perfectos en su boca perfecta, enfocando su expresiva mirada y rotando su bello rostro desde el frente a los costados y hacia quienes la rodeaban por detrás con un vaso de vidrio de los altos, gigante, completo de leche entre tibia y caliente coronado por un borde de consistente espuma a la vera de su zurda. A la Valérie le sobraban certezas. “Cambiarlo -repitió- porque hay mucha confusión”. La Melisa acariciando muy delicada y parsimoniosamente con el dedo anular de la mano derecha el asa de un pocillo de porcelana blanca -de los viejos- completo de café recién tirado, potente y humeante, la interrumpió extrañada. “¿Qué confusión, che?. Es un juego extraordinario que en algunas tardes y algunas noches parece perfecto, es el juego más bello del mundo”, opinó. La Valérie no la dejó continuar. Otra vez puso al aire entero a disposición de su garganta y sentenció lapidaria: “¡Cambiarlo, carajo! Así no va más.”

Entre el interés y el desconcierto de toda la concurrencia que atiborraba el recinto, fue la María Marta quien le pidió que se explicara. La Valérie aceptó: “¿Qué es el fútbol? Ustedes saben: una oportunidad de aprender que para hacer algo en la vida se necesita a los otros, una invitación para viajar hacia la libertad arriba de una pelota, una camiseta a la que se le dice de una `te amo, sos mi pasión indescriptible´ sin tácticas de seducción y sin rodeos, una ilusión que se acaba y pronto vuelve a ser ilusión, un camino hasta la cancha al costado de un padre o de un padrino o de un abuelo del corazón, de una amiga, de un hijo y de una hija. Un juego perfecto, sí, al que lo único que le falta, sobre todo en esta época en que las boludeces y estupideces, los boludos y los estúpidos, se adueñan de las palabras, de las acciones y de las canchas, es una regla que obligue a recordar esto mismo: qué cosa es el fútbol”.

Las paredes completas de cuadros con fotos de jugadores y equipos famosos, de cantantes y artistas de culto mundial, de trofeos, placas y escritos recordatorios de sucesos magníficos, hasta las pantallas de plasma, incluidas las imágenes de alta resolución que se sucedían ininterrumpidamente en sus recuadros y a las que nadie prestaba atención, del Bar de la Esquina de Las Cuatro Fronteras todavía temblaban por la exposición de la Valérie cuando la Melisa, apoyando su diestra sobre el antebrazo de la Mayra como pidiéndole permiso para hablar en primer término, largó el interrogante de rigor y que se imponía sin más ni más: “¿Cuál es esa regla?” La Valérie tragó un pequeño sorbo de espuma de leche y saliva, se permitió percibir las velocidades de los latidos de su corazón incandescente y, al final, dejó que una respuesta que le viajaba con toda la fuerza desde las tripas hasta el paladar saliera al mundo: “El objetivo del juego es ser feliz”.

La Melisa vibraba, la Mayra casi aplaudía, la María Marta imaginaba un futuro mejor. Pragmático, el Roberto Felice, el Gallego Felice, el más veterano de los mozos del Bar de la Esquina de Las Cuatro Fronteras, apoyó su bandeja plateada y reluciente sobre una mesa distante y se permitió una pregunta.

“Oiga, che piba. Disculpe, pero ¿El objetivo del juego no es ganar?

La Valérie le contestó desde la convicción de los que saben, entienden y comprenden: “Ganar es una búsqueda maravillosa y perder es una posibilidad frecuente, diaria. Son dos circunstancias humanas, como la alegría y la tristeza. Pero, también, son dos circunstancias exageradas y fugaces. Aunque a veces nos olvidemos, la felicidad del fútbol es otra. Es tenerlo ahí: en los empeines, ante nuestros ojos, en la cabeza, en el corazón”.

El más veterano de los mozos del Bar de la Esquina de Las Cuatro Fronteras, el Gallego Felice, la enfocó anonadado, con la boca abierta y en silencio. Enseguida, trajo cafés dobles para todos. La Valérie amagó con sacar un par de billetes de los grandes, pero el mozo le frenó el movimiento. “Esta vuelta la pago yo, che piba. Tómelo como un modo de decirle que si se trata de ser feliz estoy de acuerdo con cambiar algunas reglas”, dijo. Tenía la bandeja plateada y reluciente en el borde de los dedos y se lo veía contento, como nunca.

Chalo Lagrange
Primavera, noviembre de 2008.-

Para M. L. P.: Usted que todo lo entiende y comprende sabe que lo importante es en el nombre o por qué lo hacemos. Lo mío es modesto, silencioso y lo hago en el nombre de la Rosa.-

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