XL.- EL NOMBRE DE LOS GOLES

El Dr. Veterinario Adrián Santos era un jugador de punta que arrancaba en forma vertical o haciendo diagonales desde ambos costados, técnicamente completo y a la vez en lo físico fuerte, ágil y veloz, su juego era sutil, fino hasta la delicadeza y lo conjugaba a la perfección siendo un implacable goleador. Todos lo conocían como El Delantero. El Adrián, mejor dicho para hablar de él como se debe y se practica en la Ciudad Más Futbolera del Mundo: El Delantero, donde todos lo recuerdan y lo llaman de esa manera -como corresponde- nunca supo por qué decidió ponerle nombre a cada uno de sus goles. Pero, lo cierto es que lo hizo y lo hizo bien -puedo dar fe de ello porque jugamos durante mucho tiempo juntos y disputamos partidos memorables en El Ciclón, que tenía su sede en la calle Gorriti, entre Monteagudo y Rawson, en Refinería por supuesto- Tan bien lo hizo como aquella vez, en un bravo y durísimo torneo de verano en el que nuestro equipo era el único representante del barrio entre tantos y tantos de toda la ciudad, que se disputó en las hoy desaparecidas canchas del Parque Urquiza, con calores y humedades insoportables y en el que los organizadores nos programaban los peores horarios por las tardes -los del primer turno- para quitarnos piernas, cuando celebró un gol con el alma corriendo con los brazos abiertos abrazando el aire tibio que venía del río por todo el lateral de la calle Chacabuco, donde se encontraba entre la multitud nuestra barra que nos hacía el aguante con banderas, bombos y redoblantes, hasta que quedó de cara a un hincha más que viejo que gritaba mostrando la boca entera y los cuatro dientes escasos que le sobrevivían medio torcidos y mal anudados a las encías. El Delantero advirtió que tal vez ese hombre estaba derramando ahí frente a él, casi por él, una de las últimas emociones grandes de su vida y, en el acto, resolvió bautizar a ese hermoso gol en su honor. “Se va a llamar Hay flores en tu paladar”, dijo, sin que ni el viejo ni nadie lo escuchara -nadie más que nosotros, sus compañeros, que lo estrujábamos y lo besábamos- en medio de los festejos. Luego, siguió jugando y pensó que era un lindo nombre, me lo confesó por lo bajo cuando vino a colaborar para defender de arriba, de aire, en un corner que caería sobre nuestra área, ya sobre el final del partido.
Nunca le faltaron goles. Tampoco nombres. Fue así desde el primero de su carrera, al que denominó La memoria es una dulce máquina de fotos porque lo marcó en un partido modesto del que sólo se acordaba él. Realmente era un excelente goleador. Tan oportuno que una vez convirtió en el último instante del último minuto de descuento empujando la pelota con la panza. Eso le arrimó el recuerdo de la madre de su madre, quien le había robustecido esa parte del cuerpo llenándole las siestas de la niñez con caramelos y flanes de huevos caseros gigantes mientras le revelaba que detrás de cada circunstancia podía haber una felicidad. Por eso a ese gol lo llamó Querida Abuela.
Recuerdo que hubo una de tantas finales de hacha y tiza ganada de puros guapos que éramos en la que, tras eludir con maravillas a toda la defensa rival esquivando y saltando todas las barridas que le tiraron, hizo el gol de la victoria, lo denominó El aire está lleno de gambetas. Y hubo una final perdida durante la que, con un frentazo impresionante, metió un gol inútil al que nombró Cabezazo blues. Y hubo una tarde en la que jugó -aunque lesionado, casi en una pierna- sólo porque tenía un amigo enfermo, pero estremeció a la gente con un zurdazo que aprendió de ese amigo. Generoso, El Delantero llamó a ese gol El Roque lo hubiera hecho mejor.
Hace poquito, en una interesante y extensa conferencia televisiva que tuvo amplia y reiterada difusión, dada su idoneidad y enorme experiencia profesional para llevar al conocimiento popular de la tele audiencia los múltiples cuidados generales y otros especiales que hay que observar y atender sobre las mascotas hogareñas, los periodistas habituales conductores del programa -como no podía ser de otra manera en la Ciudad Más Futbolera del Mundo- hábilmente derivaron la charla para matizar la disertación y aprovecharon para rememorar algunas anécdotas de fútbol, le preguntaron en la animada plática entablada, ya no al Dr. Veterinario Adrián Santos sino a El Delantero, por el nombre de su gol preferido. Casi sin vacilar, contestó enseguida: Esperanza. Fue un desafío para los ejercitados especialistas de la prensa. Nadie en ninguna parte llevaba ni anotado ni registrado ese gol. Repreguntaron para saber a qué gol se refería. El Delantero respondió fácil: “No, todavía no lo hice… y no sé si lo haré -lo dijo con la misma modestia que siempre lo caracterizó, la propia de los que juegan como viven y viven como juegan- Es un gol que está en el futuro. Pero no vale la pena el futuro si no lo llamo esperanza”. Y ya se sabe que tener una esperanza también es un modo de hacer un gol.

Chalo Lagrange
Verano, enero de 2008.-

Para M. L. P.: Sus ojos son el punto en que se mezclan mi alma y mi cuerpo.-

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