Son las cuatro y el frio de un «no estás» se hace carne en mi carne.
Este «no estás» habita el desvelo y tu vacío en mi cama.
Se hace huésped del horror, tu ausencia.
No estás, hijo de puta.
Entonces pienso que quiero vivir para tener el gusto de morir, morir y volver a morir.
Porque no estás.
Porque esto es la vida sin vos.
Como un tiro al aire.
Que no sabe qué cabeza partir.
Entendé q quiero tu olor aquí,
tus manos en mí.
Tu miseria junto a la mía.
Tus huesos.
Y tarde te acepto, te amo, te deseo. Y no estás.
No estás. No.
No estás. Y mi alma
-que ya estaba sola-
repite en silencio y en idioma criminal: no estás.
Y ahora qué hago más que morir?
Tengo los días contados.
Las horas muertas.
Los meses tristes.
La piel herida.
El alma en llamas.
Pero de nada sirve.
Vos sabès. No estás.
Las cuatro es una buena hora para morir de pena.
O de amor. O de soledad.
O de algo que tenga tu cara y todos tus recuerdos. Morir.
Morir y volver a nacer,
para seguir muriendo.