X.- Dos hombres detrás de un largo pelotazo

Treinta y cinco años, siete meses, dos semanas, cinco días, quince horas horas, unas cuantas revoluciones que trajeron terrores y horrores, ocho campeonatos mundiales, cerca de mil ochocientas lunas llenas -muchas de ellas desembocaron en tormentas- y un número más que reservado, secreto y gigantesco en el que caben el único Amor callado e íntimo, todos los amores irrompibles y todos los amores extraviados pasaron desde la tarde en la que un Defensor y un Delantero -sus nombres son para otra historia- fueron a buscar al mismo tiempo y con la misma energía aquel largo pelotazo.
Entre una multitud, fue testigo el Francisco Esteban José Erausquin, el Patxo Erausquin Sabio entre los Hombres Sabios y Maestro de Maestros en las cosas del fútbol, de la vida y del corazón, narrador cumbre del Bar de La Esquina de las Cuatro Fronteras, ese sitio de citas periódicas en el que si algo se sabe es que cada historia de fútbol regala una pequeña explicación de la existencia. Fue testigo el Patxo Erausquin y, por ello, paladeando cafés y salpicando expectativas, nos contó a nosotros, sus compañeros, amigos y discípulos cómo ese hecho migró de común y simple a increíble. Eso mismo: increíble. Treinta y cinco años, siete meses, dos semanas, cinco días, diecisiete horas y muchas, muchísimas, cosas más que después ocurrieron, aquel largo pelotazo continuaba siendo largo. Pero, lo más impactante era que tanto El Defensor como El Delantero lo seguían buscando con el mismo denuedo y las mismas ganas.
“Aquel largo pelotazo -evocó el Patxo Erausquin- los puso a los dos en una carrera ultra veloz. El Delantero dominó sutilmente la pelota con el empeine de su pie derecho volteándolo un tanto hacia fuera y pareció que enfilaba para el arco. Pero El Defensor puso la punta de su pie zurdo, trabando la esfera de cuero y le obstruyó la carrera. La pelota se iba de la cancha y la muchedumbre de espectadores atentos a la jugada supuso que alguien patearía un corner. Pero no: El Delantero recuperó la pelota y siguió avanzando. Y El Defensor, en lugar de entender esa acción como una fuga sin sentido, empezó a perseguirlo. Uno la tenía, el otro se la quitaba. Así estuvieron un metro, diez metros, tres cuadras, un barrio entero, una ciudad completa, dos ciudades íntegras… Hasta ahora.”
El Patxo Erausquin, se autorizó a frenar la voz y darse no más de nueve segundos, tal vez diez, para que los vapores aromáticos del café lo empalagaran y lo inspiraran en la prosecución del relato. Funcionó a la perfección. Lo que vino resultó una maravilla. “Un invierno cruzaron toda la frontera de un país sin que nadie, absolutamente nadie, advirtiera sus presencias -repasó- , siempre igual, luchando por la propiedad definitiva de aquel largo pelotazo. Y, aunque ninguno abandonó su disputa tenaz. El Delantero y El Defensor alcanzaron a comentarse que, si nadie los advertía, ese era un país de indiferencias, o sea un país donde las cosas iban mal, muy mal.”
El vapor del café viajó desde los dientes de todos hasta la atmósfera intensa del Bar de la Esquina de Las Cuatro Fronteras. El Patxo Erausquin habló del modo en que El Delantero y El Defensor compartieron las medianoches de angustias durante las que los hombres -perdón, los Hombres, aclaró- recuerdan que los espera la muerte; y los atardeceres en los que mojaron la pelota y los dedos en el mar, lo que significa que se verificaron vivos; y los lunes por las mañanas en los que vieron los rostros de agobio de gentes que parecían habitar el subsuelo del mundo; y los viernes tiernos en las que los Amigos les escribían cartas y les decían lo que dicen los amigos, les decían que allí estarían cuando eligieran el regreso.
De cara al Bar de la Esquina de Las Cuatro Fronteras, el Patxo Erausquin mencionó que la última noticia que manejaba era que El Delantero y El Defensor habían atravesado un pueblo de montañas y de nieves. Luego, pidió otro café potente y ardiente, y dejó que, de nuevo, lo empalagara un vapor dulce. Hasta los párpados le ascendía ese vapor mientras pensaba en voz alta que quizás la vida es como un largo pelotazo en el que uno sueña y suda, gana o pierde, y va. Siempre va, junto a otros.

Chalo Lagrange
Primavera, octubre de 2007

Para M. L. P.: Estas, otras y otras no son palabras sino, aunque modestos y humildes, son mis brazos a su alrededor durante unos momentos. Si las vuelve a leer o las recuerda la estaré abrazando nuevamente. Con todo mi Amor, agradecimiento y cariñosamente, siempre.-

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