El Solitario golpeó las puertas del Bar de la Esquina de Las Cuatro Fronteras con la cautela de los que ya no recuerdan ninguna certeza y con los párpados agotados, como si cada uno estuviera sosteniendo un cajón de angustias. “¿Es acá donde cuentan historias de fútbol, de la vida y del corazón?”, preguntó desde una voz que había sacado boleto de ida rumbo al desencanto. El Ingeniero Carlos Martínez, el Doctor Tony Allocco, el Flaco Iovaldi, la Profesora Anamaría Lagrange … y todos los participantes habituales de esa cita de honor cotidiana, de fútbol, de polémicas encendidas sobre la existencia y de bar le devolvieron una serie de respuestas afirmativas y lo miraron entre sorpresas. “Entonces, si me permiten, me quedo”, dijo el Solitario. Se justificó enseguida: “Es lo único que puede salvarme”.
Diez minutos anchos como una eternidad le alcanzaron al Solitario para ser más explícito. Tenía casa y tenía empleo pero, a la vez, tenía una sensación de soledad mayúscula que hasta le frenaba la voluntad de respirar. “Llevo una vida sin techo, sin suelo y sin paredes. No pertenezco a nada más que a mis rutinas. Si para ustedes soy un desconocido, a veces para mí también”, confidenció. Dio otro detalle: un médico experimentado le había sugerido que sólo el fútbol y las charlas amenas, solidarias y desinteresadas en un bar con gente amiga podía rescatarlo del abismo.
En el resto de la tarde el Tony Allocco le precisó la historia de un hombre que era el propio Tony, que en la juventud había sido muy feliz porque dejó de ser tímido para ser centrodelantero y en la adultez solía alumbrar nuevas felicidades cuando, otra vez tímido, recordaba su pasado como jugador. La Profe Anamaría le confesó que la ruta más fantástica del mundo eran las diez cuadras que compartía con su novio, hoy su esposo, cuando iban juntos a la cancha. El Ingeniero Martínez le reveló que su firma era una copia de la del ídolo de su equipo de barrio. Y el Flaco Iovaldi le contó que no sabía por qué misterio siempre sentía que el mejor partido era el próximo.
El Solitario nunca detectó en qué momento se le alivianaron los párpados y la voz dejó de sonarle como una desazón. “Muchas gracias -dijo, generoso, tras varias horas-, algo de mí está en cada una de sus historias y algo de ustedes ya forma parte de mí. No sé si voy a salvarme, pero seguro que estaré por acá muy seguido … si no es molestia”. Cuando en el Bar de la Esquina de Las Cuatro Fronteras lo despidieron entre besos, abrazos y afectos, no hacía falta que nadie explicara que el fútbol y la mesa de un bar con amigos es una cédula de identidad que se comparte con los otros, o sea un modo de que, en esta época de indiferencias, nadie sea del todo un solitario.
Chalo Lagrange
Verano, febrero 14 (San Valentín) de 2012.-
Para M. L. P.: Mi Cielo, yo le debo tanto Amor que ahora le regalo mi resignación. Con su recuerdo, cuando estoy muy triste, le hago compañía a mi soledad.-