El Rogelio Tixe, el Bombi Tixe, desconfió de la aventura del amor, del va-lor de la ciencia, de las personas que luchan o de los dedos y las manos de los arqueros generosos. Desconfió, en verdad, de nada en la vida completa y eso lo sabían en el Bar de la Esquina de Las Cuatro Fronteras, ese escenario coti-diano dentro del que la gente cree en la gente y en el fútbol. Allí urgido y triste, llevó el Bombi Tixe la primera desconfianza de su historia, una desconfianza que le masticaba el sueño en las medianoches y le ahuyentaba el apetito en los mediodías. Suena terrible, pero es como suena: ahora desconfiaba de su cuer-po.
“No voy a dar vueltas mi cuerpo me engaña”, soltó el Bombi Tixe delante de sus compañeros y compañeras de la Mesa Canaya, que lo escuchaban es-tremecidos porque reconocían que sólo las tormentas inesperadas y los abra-zos de los hijos estremecen tanto como un hombre que confiesa su intimidad. Habló, entonces, del pie derecho, ese con el que había salvado goles desde cien posiciones. “Ahí lo tienen -casi gritó-, hinchado por ninguna razón, haciéndose grueso como una empanada… como si quisiera avisarme que las cosas cambiaron, que él y yo envejecimos, que no podemos jugar más”.
Un hachazo sin causas le partió la cintura cuando explicó que todavía se esmeraba en correr las canchas, pero sus músculos y sus articulaciones le in-dicaban que no parecían dispuestos a ser parte del intento: “El jueves caminé diez cuadras para estar en forma en mi partido de la semana. Fue un desastre. Un calambre agudo me endureció la pantorrilla izquierda. Cuando quise alon-gar y masajearme para que se me pasara, las que se me acalambraron fueron las manos”.
Testigo de ese abismo, la María Eva Orellana, la Evita Orellana, una de las dulces y amorosas mozas de el Bar de la Esquina de Las Cuatro Fronteras se arrimó al Bombi Tixe con una pregunta: “Disculpe Maestro, cuando se mira al espejo ¿usted ve a alguien en el que se puede tener confianza?
El Bombi Tixe no pensó en el espejo. Pensó en él mismo, en sus horas mejores, en sus horas peores, en lo lejos que le había quedado la plenitud del físico y en que, sin embargo, sus voluntades para el mundo y para el fútbol, no se contraponían a la de los días de plenitud. Pensó eso, en todo eso, y recién después contestó: “Sí, confío”.
La Evita Orellana, la moza de faroles pardos y sonrisa siempre presente le dejó frente a los ojos un café humeante en aroma, coronado generosamente de espuma, y le dijo como si nada: “Si es así, no se confunda. Vaya, Maestro… disfrute y juegue.
Con el café en la boca y la espuma en los labios, el Bombi Tixe le devolvió un “gracias” breve y entendió en un segundo que si un cuerpo avisa que cam-bia, no engaña: es sincero. Pudo entender más, pero, justo en ese instante, un pinchazo agudo y nuevo le hizo doblar la rodilla derecha. Se rió fuerte. Y se fue a jugar al fútbol. Iba con un límite en cada hueso, pero, como toda la vida, lleno de confianza.
Para M. L. P.: Mi Amor, fíjese que cuando usted sonríe se le forman unas comillas a cada lado de su rostro. Ese, su rostro bellísimo, alegre y feliz, es mi cita favorita.-
Chalo Lagrange
Otoño recién comenzado, marzo de 2013.-