Él acaricia la mano
que ella tiende sobre la mesa.
Ella oye sin fe. Sus ojos
lo miran con dulce descreimiento.
Sus ojos, en los de él,
buscan ánimo, asidero,
una evidencia que no saben
encontrar en sus palabras
ni en la suave vehemencia de sus gestos.
¿Lo crees? ¿Es así? ¿Realmente así?
¿Acaso yo podría?
parece preguntar, pedir, querer,
súbitamente envuelta
en ese golpe de luz azulada y fugaz
con que el invierno la inviste
para mi solo
deleite de intruso.