Fin de un día

 

El agua llega y bebe ávida
del cuenco verdoso que desborda.
Saciada, alza la cabeza
y se echa luego al pie
del hombre que le ha dado de beber;
de ese hombre que, otra vez,
es todo lejanía,
sumido en su silla sola,
absorto en el residuo de otros días,
rescoldo donde su pena
interrogaba y revolvía,
una vez más, imágenes deshechas
cuando la perra ladró arrancándolo
a esa ceniza que, ahora,
de nuevo remueve su memoria,
encallada en lo que fue,
quizá sin saber ya
qué busca, qué buscó.

 

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