Velorio del solo

Especialmente anda preocupado
por el tiempo, la vida, otras cositas como ser
morir sin haberse alcanzado a sí mismo.
En esto era tenaz y los días de lluvia
salía a preguntar si lo habían visto
a bordo de unos ojos de mujer
o en las costas del Brasil amando su estampido
o en el entierro de su inocencia (muy particularmente).
Siempre tuvo palabras o pálidos y pobres pedazos
de amores sin usar, de grandes vientos,
trece veces estuvo por entrar a la muerte
pero volvió, de acostumbrado, decía.
Entre otras cosas quiso
que alguno más entendiera este mundo
con lo que horrorizaba a la propia soledad.
Hoy lo velan tan espantosamente aquí mismo,
entre estas paredes por las que resbalan todavía sus
puras maldiciones,
desde su rostro cae el ruido de las barbas aún vivas
y nadie que lo huela
llegará a imaginar cómo deseaba gozar con el misterio
del amor inocente,
darle agua a sus niños.
Mientras devuelve la piel y los huesos prestados al
descuido
mira a lo lejos su figura y se persigue
por lo cual sin duda pronto
va a empezar a llover.

Selección del libro Velorio del solo, Nueva Expresión, Buenos Aires, 1961.

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