Jorge Gómez, el Pescador Gómez, uno de los dioses mitológicos de diagonales mortales y desbordes letales, pegada impecable y exquisita con ambas piernas, que se desplazaba tanto sobre el extremo izquierdo como por todo el frente de ataque de la delantera del mítico Real Rosario, había decidido hacía muchos años que no tenía sentido desaprovechar las bellezas de la vida y por eso jamás abandonaba el Bar de La Esquina de Las Cuatro Fronteras -donde fútbol, historias, sueños, reflexiones, frases, canciones y cafés modelaban una sola realidad-, jamás se privaba de seguir las curvas de la pelota en un tiro libre hecho con arte y jamás dejaba morir el atardecer sin ir a despedirse del sol. Con la misma lógica, había otro jamás en sus días: jamás faltaba -en el recinto del bar de La Ciudad Más Futbolera del Mundo que se realizara- al Cónclave Anual de Perdedores del Fútbol.
En el último Cónclave Anual de Perdedores del Fútbol, según narró el Pescador Gómez en el Bar de La Esquina de Las Cuatro Fronteras durante un viernes de frío extremo y de nubes estáticas, el caso sobresaliente fue el de un centro delantero. Tremenda situación la de ese buen muchacho: a pesar de haber brillado en un clásico de hacha y tiza reciente, se concebía derrotado porque tenía la certeza de que al segundo marcador central al que había bailado en ese partido nunca querría ser su amigo. Al lado de esa experiencia, dolieron menos otras de innegable vigor como la de un referí que se sentía vencido porque no había convencido a sus jueces de línea del valor de sacudir los banderines con elegancia o la de un hincha que se sabía eternamente destemplado porque no había visto campeón a su equipo en ningún verano.
Luego de contar que el libro más apreciado en el Cónclave era “Manual de Perdedores”, del enorme Juan Sasturain, el Pescador Gómez explicó que lo mayúsculo de esa reunión cumbre de fútbol e inteligencia era que allí, en la Convención, quedaba claro como en muy pocos sitios qué cosa es, en realidad, perder. “Perder no es hacer menos goles que los otros, perder es quedarse sin algo esencial, sin identidad, sin un valor definitorio, sin pasión, sin amor, sin amistad, sin esperanza, sin lealtad, sin alguien… sin sueños”, exclamó el Pescador Gómez trasladando a las tapas de madera lustradas de las mesas del Bar de La Esquina de Las Cuatro Fronteras el espíritu hondo, íntimo, del Cónclave Anual de Perdedores del Fútbol. Por convicción y no por complacencia, todos los que oíamos le expresamos que era así.
Antes de cerrar el tema, el Pescador Gómez dijo que una de las conclusiones del Cónclave había sido que, con entereza y comprensión, de algunas pérdidas se vuelve. “El referí del que hablé, por ejemplo, sin ir más lejos, ya anda insistiendo con sus jueces de línea para que adviertan que vale la pena sacudir sus banderines con elegancia, y el hincha destemplado, al menos, ya se quita la bufanda aunque no deja de utilizar el sobretodo en verano”, dijo. Luego, pidió que lo disculparan un momento, caminó lentamente hasta la enorme puerta de vaivén totalmente vidriada de entrada y salida por la ochava de el Bar de La Esquina de Las Cuatro Fronteras, salió a la vereda como para cruzar decididamente la Avenida Alberdi hacia Refinería, pero se detuvo casi sobre el amplio arco del cordón y, parsimoniosamente, giró en redondo, prime-ro enfocó un instante hacia su diestra, Arroyito, luego dirigió la mirada a la zur-da, Talleres y, mientras observaba al frente, Gorriti al oeste, Industrial, también miraba el fin del atardecer. Entonces se despidió, como cada día, del sol.
Chalo Lagrange
Invierno, julio 15 de 2009.-
Pd.: en el día que se conjuga mi aniversario con la vida con mi soledad tengo su secreta y dulce compañía. La misma de aquel día cuando con sólo cuatro años la conocí y jamás dejé de tenerla en todo momento en los repliegues de mi alma y de mi corazón.
Para M. L. P.: A mi edad primera busqué en soledad una estrella que fuera mi guía. Hallé la más bella y resplandeciente que lo hace desde siempre cada día. Muchas gracias, mi Amor.-