Era un
atadecer
de un verano
tórrido.
te ví
en medio
de un mar
de gente
tu perfil
de nácar,
relicario
y sueño.
Etérea
y sin tules
no dudé
y sin
conocerte
te tomé
del brazo,
cruce la calle
llevándote
como
se cruza
un capullo.
Transcurrimos
juntos
esa frontera
gris
y al arribar
al cordón
se produjo
el adiós
y un gracias
retomaste
titubeando
con ojos
de
bastón blanco
la vereda
invisible
y tu destino.