Canario
Canario Reyes era el mayor de los hermanos y el que traÃa la leche del tambo a la CremerÃa, que en ese tiempo estaba donde comienza el camino a Gödeken.
Por más esfuerzo que hago, no puedo recordar en qué tambo trabajaba, porque eran numerosos en aquellos tiempos y no ahora que en la zona son casi una rareza.
La familia Reyes estaba constituida por el matrimonio y cuatro hermanos: Lalo, el menor vivió un tiempo en el barrio con sus padres, mientras que los tres mayores permanecÃan en el campo, haciendo el tambo.
El hecho que hoy recuerde al mayor con el cual casi no tuve un trato cercano se debe posiblemente a esa admiración que le tiene un niño a un hombre que por alguna razón lo seduce con sus actos.
Canario,  era, por lo que recuerdo un muchachón simpático, siempre impecablemente vestido, con esos vaqueros bien planchados y esas botas que brillaban, bien lustradas, al sol de las mañanas en que luego de dejar la leche en la CremerÃa arrimaba su chata que tiraban dos moros nerviosos  al ramos generales de Cholo Belluschi. Era llegar y pararse del asiento y tirar  el cuerpo hacia atrás que sostenÃan las dos riendas tirantes. Era darle un chistido seco, enrollar esas tiras de cuero a un látigo que llevaba clavado al piso del carro y bajar con su ancha sonrisa y su gran camisa amarilla.
-¡Qué dice  la pibada! -nos decÃa dando una mirada general mientras saltaba limpiamente sobre la dura vereda de tierra.
-Grande, Canario –le gritaba alguno de nosotros que estarÃamos ahÃ, o haciendo un mandado para la casa o simplemente curioseando todo ese febril movimiento que a esa hora se producÃa frente al negocio, ya que el Cholo le vendÃa al noventa por ciento de los tamberos de la Colonia, que eran sus seguidores y sus clientes.
Ser cliente de Belluschi, en esos años no era fácil. HabÃa que olvidarse del apuro. Mejor tomarse un amargo, un vermucito o un vaso de vino y cumplir con el ritual de chistes y chismes y cargadas con que un hombre mantuvo su negocio setenta años. Era su estilo.
-Massei – me dijo un dÃa- yo estoy aquà de los catorce años.
Como queriendo decir que si se habÃa pasado la vida detrás de ese mostrador es porque le habÃa encontrado la vuelta y si bien ganaba su plata, sobre todo se divertÃa y para ser justos, hasta el final mantuvo su sistema de libretas. Y no fueron pocos los que en todo ese tiempo se habrán olvidado de pagarle. Pero ese es otro tema.
Y volviendo al Canario una de las cosas que me seducÃan además de esa imparable simpatÃa era su éxito con las mujeres. Esta fama, como sabemos tiene su cuota de verdad, pero si la fantasÃa no la acompaña un poco no logra sus objetivos que no es otro que propagar esa imagen. Y cuando fui un poco más grandecito y empecé a arrimarme de mirón en los bailes, uno de los modelos a imitar era seguramente Canario. Pero como uno sabe también, eso queda en su propia fantasÃa ya que jamás se alcanzaban los modelos. Y cuando de alguna chica hermosa se tratara que no tenÃa novio conocido, alguno con envidia, con rencor deslizaba a su paso: A vos ya te va a llegar el Canario.
Cierto o fantaseando todo esto, la verdad es que nosotros lo admirábamos en ese convencimiento y esa entrega que solo puede ofrecer el final de la niñez y el principio de la adolescencia.
Hubo otros también, como Elpidio Guiñazú, que por casualidad era tambero también, pero nosotros admirábamos más en él sus dotes de cantor divertido y su manejo de la guitarra en las reuniones de los mayores en las cuales podÃamos infiltrarnos en nuestra condición de colados.
Y asà fuimos eligiendo los modelos en ese paso difÃcil de niño a hombre donde uno intenta identificarse con algunos mayores casi convencidos de carecer de todo, en especial de  edad y experiencia. Un espejo  donde poder mirarnos y siempre alguna anécdota con la cual se podÃa abonar esta admiración era siempre bien recibida cuando alguno la traÃa si bien no todos tenÃamos los mismos Ãdolos. Salvo en lo futbolÃstico cuando sólo Juan Renzi brillaba en ese firmamento estelar, seguido de muy lejos por unos cuantos más.
Y en eso que en ese tiempo, es decir en la primera infancia, el fútbol era la actividad más importante de nuestra vida, más que ninguna otra cosa. Éramos hijos de la experiencia inicial que corrÃa ávida detrás de una pelota de goma y si cuadraba mejor, de cuero.
Y volviendo al Canario, era muy malo para el fútbol, y en la ley de las compensaciones tenÃa un hermano que jugaba muy bien y lo hacÃa en las inferiores     del Club, hasta que los Reyes se fueron de la Colonia. Y nosotros nos perdimos para siempre esa simpatÃa que emanaba desde su sonrisa de dientes perfectos en su rostro tostado por el sol de los campos, esa misma  que usaba  el Canario para con todos  y que nosotros la habÃamos hechos nuestra propia bandera, aunque él es muy probable que nunca se haya dado cuenta.
 al Canario Reyes, por donde ande
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