Te regalo esa estrella,
para vivir por siempre
en tu seno de ingenuidades.
Te la regalo.
La ingenuidad me la llevo
a una noche de total vagabundeo,
donde un sueño despierta a otro,
para ir a la calesita.
La calesita donde esta Neruda,
desde donde se lo ve a Hernández.
Hacia el espacio sideral.
Hasta esa estrella.
Para manipular el fuego,
para ser uno con la luz,
para dejar las nubes atrás
y ser bautizado por lo cósmico.
Lo mismo que bautizó a Picasso
a Frida Kahlo o Mozart
o incluso a Tim Burton.
Ahora a nosotros.
Encendés a la serpiente humeante de brasa
la provocas provocándonos.
Montarnos en ella nos transporta
al orgasmo no sexual del ser alado.
Ya no comprendo lo que decís,
por tus gestos, se que vos, a mi, tampoco.
Pero estamos más allá de lo sensorial,
los haces lumínicos nos rodean.
Ya no mas norte o sur,
se dicen nuestras almas.
Se unen en el hoy,
que es todo providencias.
Algo realmente sucede
cuando defendemos
al fuego, la estrella, la calesita,
al gris que sale de nuestros pulmones.
Quemé mis labios con la serpiente,
vos te hiciste llamas
que son en lo etéreo.
O en la estrella, quizás hoy, moras.
Divago. Demoro. No estoy.
Fui a tu vientre de nuevo.
Hogar hay en la estrella o plano que ocupas.
Siento, ya mismo, el calor.
Te incomoda, pero igual lo digo:
Gracias,
de nada,
¡y vamos de nuevo