A mitad de camino entre la novela y la investigación, La máscara sarda, de Luisa Valenzuela, imagina una conversación entre José López Rega y Juan Domingo Perón que revela los orígenes del ex presidente argentino
Por Willy G. Bouillon | LA NACION
La noche del 16 de junio de 1973, en la sala denominada El Claustro, de la quinta 17 de Octubre, en Madrid, Juan Domingo Perón se halla reunido con José López Rega. En algún otro lugar de la mansión, como un fantasma que nunca aparece en escena, está también su mujer, María Estela Martínez (Isabelita), y, en el altillo, aun con menor entidad que un fantasma, el ataúd en el que yace el cuerpo embalsamado de Eva Duarte.
Los dos hombres hablan, aunque hay prolongados lapsos en que se trata sólo de un monólogo a cargo de López Rega, alias el Brujo, Lopecito o Hermano Daniel. Tantos nombres como funciones: sirviente del general, pero además su cocinero, secretario privado, consejero, todo en el mayor extremo de incondicionalidad.
En ese momento, a cuatro días del retorno de Perón a la Argentina tras más de dos décadas de exilio, lo que el singular personaje le transmite se vincula con su propósito de inculcar ideas al Faraón de los Siglos, como lo llama, que, afirma, conllevan la virtud de dotarlo de las mejores condiciones a la hora de su histórica llegada a Ezeiza. Como es habitual, el insistente discurso del Brujo está plagado de referencias esotéricas, centradas en la instigación a que su jefe absoluto evoque su pasado remoto, más concretamente su nacimiento en Mamoiada, un pueblito de Cerdeña, en el que fue el pastorcito Giovanni Piris y donde tuvo lugar -artes mágicas mediante- una conversión que años más tarde le permitiría llegar a ser uno de los líderes más poderoso del planeta.
Perón se burla con frecuencia. Le dice: «Déjese de hablar boludeces, Lopecito», pero a veces se rinde, igual que un discípulo ante un incuestionable maestro, o se adormece y tiene extraños sueños, matizados con hechos que lo doblegan, entre ellos, algo que su servidor menciona como «el Oscuro Episodio».
Luisa Valenzuela estuvo en Cerdeña. Tenía el propósito de escribir un libro sobre los famosos carnavales de la región. Sin embargo, poco a poco la isla le fue abriendo una perspectiva muy diferente, iniciada al tomar contacto con trabajos del abogado y periodista Nino Tola, en los que sostenía con muchos argumentos el origen sardo de Perón. Allí se enteró de que para la población de Mamoiada tal hecho era una realidad incontrastable. Se sumaron otros factores. Que el apellido Perón era común en el lugar, que un restaurante tiene el nombre de Sa Rosada (La Casa Rosada, en sardo), y que en las fiestas carnavalescas es figura central un personaje, el Mamuthòn, que lleva una máscara hecha con madera de un árbol conocido como Pero Selvático, cuyo perfil es exactamente el de Perón. Cuando decidió escribir este libro, incorporó la palabra «máscara» en el título. Un hábil juego de palabras, porque etimológicamente persona significa máscara.
Esta novela ficcional (¿o no?), en la que Valenzuela vuelve a instalar como protagonista (aunque más exclusivo) a López Rega (aparece en Cola de lagartija), está dividida en varias partes. Una, de mucho lucimiento -basada en investigaciones de la autora y datos tomados de obras de Tomás Eloy Martínez, Joseph Page y el biógrafo personal de Perón, Enrique Pavón Pereyra-, es la «otra» historia de Giovanni Piris cuando, aún adolescente, llega a estas costas, trabaja como peón en la estancia La Porteña, de Tomás Perón, traba amistad con Juan, hijo del patrón, que muere trágicamente y es obligado por la madre, Juana Sosa, de origen tehuelche y temple muy vigoroso, a que lo sustituya, adoptándolo, obligando a que Tomás haga lo mismo y finalmente impulsando que el joven sardo concrete el destino que tenía pensado para su hijo: el ingreso en el Colegio Militar.