XLIX.- Cualquiera, uno de tantos

Él era un cualquiera o uno de tantos porque había andado el recorrido de tantos y tantos. Unos cuantos años antes, había salido a cruzar el Mundo con un equipaje que también era el de cualquiera, el de tantos y tantos: una pelota pegada al pie y una vocación de futbolista admirable y esplendoroso. De nuevo lo de cualquiera, lo de tantos y tantos: el final de aquel recorrido lo encontró sin resonancia y sin un mango, sin que un solo centímetro de su piel se hubiera vuelto tapa de revista, ni alguna intervención suya en un mínimo reportaje, si-quiera en una apostilla de un ignoto partido y sin una dama bien escotada, de apretados corpiños, que le mimara la espalda. Otra vez lo de cualquiera, lo de tantos y tantos: ahora como cualquiera, como uno de tantos estaba en el lugar desde el que había salido. Y salvo cierto aire de frustración en las pupilas, no tenía nada distinto que cuando partió.

Como cualquiera, como uno de tantos se cruzó con mil caras, con ningún reconocimiento y con ningún afecto cuando apoyó el cuerpo en una de las pa-redes exteriores de la estación de ómnibus de su ciudad que, para colmo de los colmos, es La Ciudad Más Futbolera del Mundo. Hubiera pagado por detectar que una multitud repetía su nombre, que en decenas de carteles se hubiera estampado en vivos colores la palabra “bienvenido” y que cientos de pibes le gritaran “¡… y dale y dale y dale campeón, dale…!”.

No podía hacerlo por tres cosas: para pagar, no tenía plata, ni un mango tenía; para que le tributaran recepciones hubiera hecho falta que alguien quisie-ra verlo y nadie reparaba en su persona; y para que le dijeran “campeón” debe-ría haberlo sido. De modo que, como tantos y tantos, como cualquiera avanzó por las calles bulliciosas, entre el gentío y el tránsito atiborrado de vehículos, únicamente acompañado por sus soledades.

Encontró algunas marcas de su historia en la escuela en la que las maes-tras le enseñaron el abecedario, las tablas de multiplicar, a dividir con dificulta-des, la regla de tres simple y la compuesta mientras pensaba partidos. Pero, en general, como uno de tantos y tantos caminó los sitios de su pasado hasta cer-tificar, igual que cualquiera, que el tiempo es un rival imbatible que derriba de-masiadas cosas.

Esas búsquedas del regreso lo arrimaron como uno de tantos, como cualquiera hasta la cancha en la que se había hecho jugador. Estaba como casi la había dejado, con dos equipos que trataban de ganar un partido que indudablemente era un desafío que se jugaba sin dar ni pedir nada y con dien-tes apretados. Un muchacho lo miró rápido una y otra vez, lo vio quieto y le soltó tres palabras: “¿Quiere jugar, che?” Como uno de tantos, como cualquiera intentó contar los abismos de su existencia, pero balbuceó seis o siete segun-dos. Fue una vacilación decisiva: para cuando abrió la boca, la pelota, el jugue-te mágico, ya le bailaba en el empeine derecho.

Hizo una buena gambeta y escuchó que esa gambeta generaba una pre-gunta: “¿Y ese… quién es?”, interrogó alguien. Uno de su equipo respondió como si nada: “Uno de nosotros”. Él escuchó fascinado, pisó la pelota con la autoridad exquisita conque se hace por estos arrabales del planeta y se animó a un amague, mintió con la derecha y realizó un enganche hacia adentro con la zurda para continuar con otra gambeta fantástica. A esa altura ya sabía dos cosas: la primera era que estaba donde debía estar; la segunda que ya no era cualquiera, que ya no era uno de tantos.

Para M. L. P.: Por quien mi Amor espontáneo fue un don del Señor Dios que siempre me condujo hasta el más alto nivel de la satisfacción humana.- 

Chalo Lagrange
Verano, marzo de 2008

 

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