“Tiene que ser hoy”.
El Fabio, el Doctor Fabio Catena, lo dijo con la misma seguridad con la que pedía cafés dulces alternadamente con cafés amargos cada vez que llegaba al Bar de la Esquina de Las Cuatro Fronteras para debatir sobre los misterios que esconden las miradas entre los jugadores de uno y otro equipo previas a un tiro libre en las cercanías del área grande o un penal o para hacerse preguntas sobre los vaivenes de la condición humana. Yo -un poco más compañero que de costumbre, otro poco poniendo cara de sabio- lo escuché perplejo y lo miré asombrado: recordaba que el Fabio había sido paciente para comprender los cabezazos sin rumbo de los delanteros de su equipo, o para educar en el fútbol a un antiguo vecino de una de las casas internas del largo y tristemente célebre Pasillo De La Que No Quería Vivir, en la Avenida Alberdi al lado del Almacén De La Estrella, un tipo despistado que nunca supo concentrarse en un corner o para no ausentarse ni un instante de una tribuna en una final de barrio que se demoró un par de días con sus noches por una tormenta mayúscula que se llevó hasta el letrero acrílico donado por los socios cooperadores del vecindario para hacer más luminoso e importante el frente de la Biblioteca Popular Homero.
Además, reunirse con frecuencia, atardecer tras atardecer fijado de antemano, en ese bar de esperanzas e ilusiones renovadas tenía que ver con espantar la dictadura de lo urgente, con no apurarse pese a la vida acelerada. Pero, esta vez el Fabio, el Doctor Fabio Catena, latía vértigos. Y, ya con el pocillo del primer café, dulce, delicadamente asido entre los dedos, insistió: “Tiene que ser hoy. Hoy mismo. Hoy vamos a reivindicar a Los Otros”.
Todos los presentes sintonizamos de inmediato que en ese pronunciamiento no había retorno. Y nos dedicamos a escuchar. Al Fabio, que sentía el café dulce humedeciéndole desde los labios hasta las amígdalas y, encendido, hablaba: “Yo sé que con frecuencia lo olvidamos pero el fútbol sólo es posible con Los Otros. ¿Se justificaría, por ejemplo, ser hincha si Los Otros no fueran hinchas de nuestro equipo o de otro equipo? Aceptémoslo: sería ridículo. ¿Qué digo: sería un soberana pelotudez”.
Más café, esta vez fue el turno del amargo, demandó el Fabio mientras todos en el Bar de la Esquina de Las Cuatro Fronteras lo seguíamos, en silencio como en misa, sin quebrar la atención. El Maestro, el más veterano de los mozos del bar, solícito, lo trajo y se quedó acodado en el respaldar de la silla del Dante Valle, escuchando. El Fabio continuó su alocución: “Las pruebas abundan. ¿Podríamos jugar al fútbol si Los Otros no existieran o no vinieran a jugar con nosotros? ¿Tendríamos a quien abrazar si Los Otros no nos aportaran su cuerpo? ¿Encontraríamos con quién polemizar si Los Otros no tuvieran ideas o no tuvieran voz? Compartiríamos el recuerdo de un gol si Los Otros no fueran nuestros compañeros en el ejercicio de la memoria? ¿Nos permitiríamos soñar con una revancha si unos cuantos de Los Otros dejaran de ser nuestros rivales? ¿Perteneceríamos a un club, a un pasado o a un presente si nos faltaran Los Otros? No, de ningún modo. Se los digo con la experiencia de una vida no perfecta pero sí intensa: si tenemos al fútbol es porque tenemos a Los Otros”.
Lo advertíamos todos: El Fabio estaba convencido y conmovido. Por eso alguien, cuando se intuía que venía el final, discretamente, efectuó la seña característica con los dedos pulgar e índice de la mano separados adecuadamente marcándole el pedido al Maestro, quien presuroso aportó un tercer café, éste era el turno del dulce. “¿Y qué hacemos nosotros?”, se interrogó el Fabio. “Nosotros -se respondió indignado- nos comportamos como socios de una época que nos sugiere que primero está uno y nada más que uno. Que Los Otros son lo último, lo penúltimo o, en una tarde generosa, a lo sumo les expresamos que lo sentimos y les pedimos disculpas por no darnos cuenta de que también están ellos. A Los Otros los ignoramos, los maldecimos, los golpeamos, los vulneramos, los despreciamos. Y hasta eso mismo padecemos cuando nosotros somos los otros de Los Otros. Por eso es que no hay más tiempo. Para mejorar el fútbol y para mejorar la vida, hay que reivindicar a Los Otros”.
Un cuarto pocillo de café, nuevamente dulce, tal vez para romper la alternancia, esperaba sobre la mesa principal del Bar de la Esquina de Las Cuatro Fronteras, lo había traído el más veterano de los mozos sin que nadie lo solicitara. Entonces, observamos azorados y sorprendidos como el Fabio arrimaba la mano izquierda. Lo tocó y, contra la costumbre, no se lo llevó a la boca. Eligió correrlo y, con la mano derecha, apretó una lapicera para escribir sobre la tabla de madera lustrada de la misma mesa algo que no debía borrarse ni de esa mesa ni de ninguna conciencia. Escribió esto: “Gracias a Los Otros”. Después sí, se tomó el café dulce sin importarle un carajo que tuviera que ser amargo -por esa costumbre que tiene de alternar uno y uno- y contó, esbozando una sonrisa, que a ese antiguo vecino del Pasillo De La Que No Quería Vivir, a ése, al despistado, hacía unos días lo había encontrado por el Pasaje Arenales al fondo, al salir de visitar por una consulta menor a una vecina enferma y que, de a poco, al tipo empezaban a interesarle los corners.
Chalo Lagrange
Invierno, julio 15 de 2007.-
Para M. L. P.: En un día muy especial que comparto con Usted. Aunque sabe que todos los días de mis edades los he compartido con Usted.-