En la soledad
no en cualquier soledad
sino, en esa de convivir
con nosotros mismos
debemos aprender,
a comprender, a entender
que el otro en la soledades
compartir con nosotros mismos.
El diálogo es más intenso,
las disconformidades se acumulan.
Pero también tiene lugar
el júbilo, la alegría;
y festejamos con alguna distensión,
nos premiamos con algo
que nos gusta
y el paréntesis no tiene
un destino.
Finalmente abrimos la misma
u otra puerta para seguir.
El -debe- y el -haberse
conjugan con otros soles,
con risas que nada tienen
que ver con la alegría
y con lágrimas que se esconden
como remiendos impúdicos
que nunca deseamos
pero que son inevitables,
brutales y obscenos.
Nos delatan a pesar
de nosotros mismos.