El poeta barcelonés presenta una recopilación de sus primeros y últimos versos, en el mismo acto en el que será investido Socio de honor del Círculo de lectores.
Salió Miquel Barceló a porta gayola en el Centro Cultural Círculo de Lectores. Tranquilo, en camisa de manga corta, con pantalones azules, con gafas imantadas por el puente y unidas por detrás por un cordel. Le esperaba en la entrada Pere Gimferrer, traje holgado y anteojos de cristales tan gruesos que parece imposible que una nariz pueda soportar semejante peso. Se sonrieron amistosamente y pronto les rodearon los fotógrafos que daban fe de su primer encuentro público en el día en el que el poeta, ensayista, académico y editor de 68 años sería nombrado socio de honor del Círculo de Lectores y el pintor mallorquín de 56, el encargado de redactar y leer su laudatio.
Antes del comienzo de su encuentro con la prensa hablaban de sus cosas, como si no hubiera nadie. Lo hacían en catalán, el idioma en que ambos se comunican habitualmente. Estaban relajados, este acto inicial era una apertura, la lectura se celebraría horas después en el mismo lugar del centro de Madrid, recordó Joaquín Álvarez de Toledo, director general del Círculo, la editorial que presenta el último volumen de Pere Gimferrer: Primera y última poesía. Una recopilación que aúna los más renombrados libros iniciales del autor —Arde el mar, de 1966, con el que ganó el Premio Nacional de Poesía a los 21 años; más La muerte de Beverly Hills (1968) y De extraña fruta y otros poemas (1969)—; con dos de sus trabajos más recientes, —Rapsodia (2011) y Alma Venus (2012)—.
Hay casi 50 años de distancia entre el primer y el último verso. “Pero en el fondo tengo el mismo concepto de la poesía… y de casi todas las cosas. Quizás mayor dominio del endecasílabo”, apuntó en la rueda de prensa, hablando rápido, bajito y lejos del micrófono, al que parecía rehuir a pesar de que sus compañeros de mesa se empleaban a fondo en acercárselo.
El que más, el pintor mallorquín, que evitaba todas las preguntas sobre su persona, remarcando que el protagonista era Gimferrer, con el que le une una amistad de 20 años. Y con el que ha pasado momentos muy divertidos, a juzgar por las anécdotas: el homenaje en el bar Kansas de Barcelona a un fallecido poeta que donó sus cenizas a Barceló, o los problemas prácticos de intentar retratarle, “Era muy difícil, porque es muy difícil que se calle e intenta distraerte. Es muy perverso y pintarle es como jugar al ping-pong y hablar por teléfono al mismo tiempo”. O el momento en que descubrieron pasiones compartidas. “La afinidad como personas nos lleva a tener puntos comunes en nuestro trabajo”, explicó Gimferrer, mientras Barceló recordaba que antes de conocerle ya le admiraba: “Me parecía el mejor poeta. En Pere Gimferrer todo es poesía. Y mi sola forma de estar en el mundo es pintura. Eso es lo que tenemos en común”.
De esas complicidades nace la idea de que fuera Barceló el que escribiera la laudatio del nuevo socio de honor. Una responsabilidad de la que confesó no estar a la altura. Y de la que le liberó Gimferrer. “Dejando a un lado el detalle, nada desdeñable, de que en gran parte fue idea mía que la escribiera él, lo que buscaba era sobre todo huir de lo rutinario”.
La conversación derivó hacia futuros trabajos juntos, de forma genérica, eso sí. Y recordó Gimferrer a Martín de Riquer, “uno de los fallecimientos recientes que más me han impresionado”. Pero sobre todo giró sobre poesía. “Le ocurre algo que en otro tiempo le pasaba a la pintura. Que tiene un público muy pequeño, pero si es grande el tiempo trabaja a su favor. Rimbaud en vida solo tuvo 11 lectores. Sin embargo, a la novela le pasa lo contrario”.
Fuente: http://cultura.elpais.com/cultura/2013/10/01/actualidad/1380632642_998644.html