La razón de los festejos

Al Guillermo Bachmann, el Willy Bachmann, le parecía que todavía lo es-taba viendo. Subía las pestañas y lo veía, bajaba los párpados y lo veía, cerra-ba los ojos -los ojos grandes, los ojos siempre en estado de descubrimiento, los ojos plenos de la gente plena como el Willy Bachmann- y, aun con los ojos cerrados, lo veía. El Willy se sentía tan perplejo como cuando en la primera infancia un ídolo de su barrio lo cruzó en el almacén de La Estrella y le dijo aca-riciándole la cabeza “buenos días, pibe”. Se lo contó ese sábado a la mañana a todos sus compañeros de el Bar de la Esquina de Las Cuatro Fronteras con palabras que se escapaban como cataratas: “Vi a un hombre, un hombre que tenía el aspecto de cualquier hombre, que palpitaba en la tribuna como cual-quier hombre y que, cuando su equipo metió un gol, reaccionó como nunca vi reaccionar a ningún hombre”. “¿Qué hizo?”, le preguntó el Doctor Ángel Anto-nio Allocco, el Tony Allocco, mitad curioso, mitad alarmado. El Willy Bachman pudo enfocar, por fin, las pupilas en algo que no fuera la memoria de ese hom-bre y, precipitado, contestó: “gritó el gol, se paró y beso a alguien, dio un paso y le sonrió a alguien más, dio otro paso y, a la vez, abrazó a otro señor y a la esposa que también estaban alborozados, y siguió así hasta celebrar con cada persona que estaba en la cancha. Nunca vi algo igual”. El Tony Allocco, que continuaba escuchando atento con sus oídos de médico ejercitados a cada mí-nima expresión, trató de atenuar la expectativa que envolvía al amplio recinto de el Bar de la Esquina de Las Cuatro Fronteras: “Ese hombre tendría un día especial. Todos, de tanto en tanto, tenemos un día especial”. Pero el Willy Bachmann pateó fuerte y lejos ese argumento con la firmeza de un defensor que necesita apretar los dientes y las piernas para espantar una pelota incierta de su área: “No, no era un día especial, siempre festejaba así. Y no sólo los goles. Eso era lo asombroso: se trataba de un hombre que vivía festejando”.

Imparable, el Willy Bachmann volcó más. Dijo que la observación de ese hombre lo llevó a hablar con otros hombres y mujeres que lo rodeaban en la popular. Uno le contó que dos semanas antes, ese mismo hombre había visto la cara feliz de un padre que asistía al debut de su hijo en Primera. Entonces, se acercó, le palmeó el hombro, y luego salió del estadio, viajó hasta la casa del debutante y sólo después de saludar afectuosamente a cada familiar del jugador, regresó a su sitio en la tribuna. Otro hincha recordó cómo se había aplaudido hasta el júbilo a un árbitro de vista exacta y corazón justo que detec-to un penal entre una docena de piernas mezcladas. Y un testigo más le confi-denció a el Willy que el hombre de los festejos había sido capaz de abrazar a un hincha rival tras un partido sin ganadores mientras le explicaba: “Me hace feliz que tengamos tres cosas en común: la pasión por el fútbol, un empate y nuestra condición humana”.

A esa altura del relato, el bar de la Esquina de Las Cuatro Fronteras, refu-gio permanente de futboleros y pensadores, latía como un teatro en fascina-ción. El Willy Bachmann presentó el último acto. De la boca le salían un aroma a café intenso y una voluntad de comunicar algo extraordinario cuando detalló que, finalmente, él mismo se acercó hasta el hombre que festejaba y le pregun-tó por qué hacía lo que hacía. Tembló el Willy Bachmann en ese momento co-mo también había temblado en el instante en el que el hombre, en medio de la cancha, en medio del partido, en medio de la multitud,… en medio de todo, le entregó su respuesta simple: “A veces uno no se da cuenta, pero la vida es un acontecimiento que merece celebrarse todo el tiempo”.

El Willy Bachmann añadió que, al despedirse, el hombre le dio la mano y un fuerte abrazo, alegre por haberlo conocido. Para entonces, en el Bar de la Esquina de Las Cuatro Fronteras ya no importaba el asombro, sino la admira-ción. Alguien, una de las chicas, pidió una vuelta de café. Todos estaban jun-tos, todos estaban conmovidos. Era hora de honrar a aquel hombre. Era hora de festejar la vida.

Para M. L. P.: Mi Amor, usted lo escribió en mi alma con la tinta indeleble de la dulzura, el cariño y el ejemplo,… así lo escribió para siempre.-

Chalo Lagrange
Otoño, último día de marzo de 2013.-

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