Retrato en sepia
No tengo trato con seres cautivantes
ni mis pasos frecuentan bosques o ríos caudalosos.
Cemento agrisado en mi balcón, cañas blancas,
plantas secas en la sala. Y eso es todo.
Soy un hombre inmóvil.
Lo usual es el pan de mis ojos:
calles de siempre, el bar de siempre.
Hay, en mis repisas,
cosas que no están donde se encuentran;
yacen allí, estancadas,
invisibles como todo lo olvidado.
Nada mágico en nada. Los milagros
naufragaron hace mucho.
Hay, es cierto, un temblor repentino cada tanto,
residuos de una emoción
que me impide encallar en la costumbre
y me arrastra de vuelta hacia el revés de lo evidente
para que sepa
que no es bajo la piel sino en la piel
donde arraiga lo abismal,
ese fondo sin forma que se apiada
casi siempre de mí, como de todos,
y se enmascara en lo quieto
para hacerme creer, mientras cava y roe,
que nada pasa,
que nada nos sucede.