Ensayo para extinguir el nombre

No me llamo, fui nombrado. El llamador perturba el silencio de las cosas llamadas. Oscila la frecuencia de la voz y el timbre va enajenando el eco que se prolifera en el espacio de las cosas nombradas. Se hace significante y se mezcla con la frecuencia del mismo espacio que también fue nombrado pero ahora también se colma con otras cosas de otras frecuencias nombradas. Ella es innombrable, lo digo y la nombre. No se llama, fue nombrada.
Me confundo cuando la digo porque creo estar llamandola, pero no sé decirla entonces no viene, se queda sin nombre desagregada en las garitas de la avenida, desavenida. Dijo cornisa y saltó al vacío, dijo tormenta y abrió el paraguas, dijo circulación y envolvió con sangre los carriles diferenciales sin maquillaje, dijo sueño y se tapó los ojos, dijo nada y estaba diciendo todo lo que se abastece por un reflejo condicionado de salvación.
No dije, fui dicho. El locador de la lengua insaciable, salivada en los montes del labio desparramando lo que se dijo antes, en otras partes del cuerpo universal. Alquilamos símbolos con habitaciones vacías que sólo conciliamos ocupar hablando, hablandolas. Me dice un signo de interrogación y lo pienso en un violeta inodoro que tampoco está, me dice ¿no hay nada? Y respondo: nada está en su lugar. Porque no hay lugar, porque no hay cosas, porque hay algo como reconozco que también estoy siendo. No fui dicho pero la digo.
Inconmensurable reflejo de la repetición, el hablar muda. Lenguaje de cuerpos sonoros, modelo para nombrar modelos. Su impronta dactilar me deja ciego impregnado al vidrio de la única habitación habitable.
No habito en los nombres, sólo el hábito de creer que los nombres habitan en mi como en las cosas, como en esa casa que me nombra todavía. No me dice punto y me olvido del cuerpo que habito, que no tienen nombres y me llama a no pertenecer.
Como un discurso desangelado en la periferia de la horma del lenguaje, se pronuncia la semiótica a la orilla de un desvelo de aforismos cóncavos en la serenidad de lo reducido. Las cosas dichas de otra manera parecen más cosas que las no dichas.
Cambio la tipografía y es otra cosa, muero en lo nunca dicho. El polvo de las cosas que se acumulan en los paladares y traban el sentido distraído del hablante.
No fuimos mucho más que ese gesto indefinible que nos define.

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