XXV.I.-Consideraciones Generales y Observaciones particulares Sobre las Fotografías

A través de los tiempos hemos querido galvanizar los lémures y hacer retornar a los difuntos. No conformes con engendrar innumerables formas nuevas, también hemos pretendido robar las que están condenadas a desaparecer. Como ángeles anunciadores de lo que vendrá, somos, asimismo, buzos rastreando las profundidades o eternos nautas en búsqueda de lo desvanecido.
La fotografía, desde sus comienzos primitivos, viene influyendo de formas y modos insospechados, sorprendentes, en nuestras conductas sociales, en nuestras manifestaciones culturales y en nuestra vida diaria o habitual, y todo esto potenciado de una manera tan avasallante como apabullante desde la digitalización de las imágenes ¿Qué se podrá expresar cuando los actuales y, sucesivamente, los futuros procedimientos sean superados por la incontenible evolución tecnológica? Intentando no ser exagerado se podría enunciar que: la fotografía -instantánea o secuencial, la cinematografía- es a la imagen lo que la palabra escrita es a la palabra hablada.
Merecería agregarse que la fotografía -y la cinematografía- se ha transformado en un divertimento casi tan difundido como la actividad sexual y el baile, y como toda forma de arte masivo no es practicada como arte por las mayorías. Es primera y fundamentalmente una ceremonia social, una actitud que conlleva una acción defensiva contra la ansiedad y sobre todo un instrumento de poder.
El deseo y la avidez de la fotografía es apropiarse de todas las imágenes. La pretensión y la apetencia de la escritura, apoderarse de todas las palabras.
Se podría asegurar que el capricho de comparar las fotografías con los escritos es originario a partir de su convivencia en los medios gráficos. En ellos son un matrimonio indisoluble, aunque a veces muy mal avenido, en el que el efecto que se produce es una competencia por el valor y la credibilidad. Por ende, convengamos, no habrá posibilidad de componer un tratado desmitificador del valor de verdad de una fotografía que logre destruir una ilusión, la de esa verdad. Pero, no hay realidad que esté completa en una fotografía. Como no hay escritos sin palabras.
Torna y se ejercita genialmente irrebatible cuando, palabras más palabras menos, expresamos lo que se sabe sobre que nos es curioso que la escena -la nada, casi: dos que están ahí, en ese lugar, desigualmente jóvenes- tuviera como un aura inquietante. Pensamos, entonces, que eso lo ponemos nosotros, y que la fotografía, si la sacamos, restituiría las cosas a su tonta verdad.
La estrella en el firmamento por estos -nuestros- tiempos, con necesidad de lenguaje globalizado, es la imagen. Es la imagen fotográfica -se reitera, instantánea o secuencial- con aspiración imperial. No hay gesto sin foto, no hay acto sin foto, no hay matrimonio sin foto, no hay pibes sin fotos, no hay catástrofes ni calamidades sin fotos, no hay documento sin foto, no hay presidente sin foto, no hay deportistas ni deportes sin fotos, no hay diario sin foto, no hay muertes sin foto, no hay acontecimiento feliz o desgraciado sin foto. No hay barrio, bar, ciudad, campo, montaña, valle, río, mar, glaciar sin foto. No hay animal, ni árbol, ni flor, ni insecto, ni ave, ni reptil sin foto. No hay estrella, ni cielo, ni planeta, ni luna, ni sol, ni galaxia sin foto. No hay microbio, ni bacteria, ni molécula, ni ión, ni gen sin foto. Da la sensación de que ya nada queda por fotografiar. Pero, sólo es una sensación. Habrá más pibes, más empresarios, más periodistas, más políticos, más militares, más galaxias, más pobres, más locos, más guerras, más catástrofes y desastres, más galerías de arte, más desfiles de moda, más fiestas. Las mismas alegrías y el mismo horror pero con una cara distinta. Sólo cabe preguntar con cierto y legítimo temor: ¿si hay Amor sin foto? Porque de ese Amor -con mayúscula- no se tienen fotografías; para aquéllos que lo sienten y poseen, lo cultivan y llevan reinante en las entrañas desde el primer impulso hecho sentimiento durante toda su existencia y en el más absoluto, puro y transparente de los secretos: ¿existen fotos de ese paradigma de Amor único e invicto?
Se sabe, por alguna de tantas brillantes consideraciones, que, agotadas todas las posibilidades, en el momento que el círculo se cierra sobre si mismo, se puede llegar a comprender que fotografiar fotografías es el único camino que queda. Pero, si los Amores no tienen fotos, incluso quedan fuera del cierre sobre si mismo del círculo. Si esto fuera sólo una cuestión de imagen sería terrible.
Lo que puede ser moneda corriente en el mundo de los fotógrafos, sociólogos, artistas plásticos, filósofos, pensadores, escritores, psicólogos, esto es: la reflexión -valga la redundancia- sobre el fenómeno de la fotografía, quizás no lo es tanto para el resto de los mortales -que son la inmensa mayoría- que la produce, consume y padece.
Personas de consideración pública, como son los que generalmente se convocan para una nota periodística, por ejemplo, en muchos casos pertenecen al último grupo mencionado (los que padecen), dada su exposición en los medios.
A todas ellas se les ha pedido y solicita en oportunidades diversas que se expongan para tal o cual reportaje, y también para que expresen palabras o unas líneas en las que cuenten algo de su relación con la fotografía. En lo particular, en numerosas oportunidades me ha sucedido y me sucede a menudo: con el rigor de la verdad la consigna nunca me ha limitado los ángulos desde donde se podía establecer el contacto y, de hecho, los discursos y los textos resultaron lo suficientemente variados -según mi estado de ánimo y mi impronta pudieron ser más o menos felices- : desde una teoría de los fotones que no quieren ser vistos, hasta otra del fraude en el arte, pasando por la imposibilidad de ser otro, las siestas en el cuarto oscuro, el simulacro de la muerte, la magia, la tristeza de las cosas quietas o la posibilidad de que el tiempo cambie tanto las fotos que los objetos terminen por ser otros o desaparezcan.
Esto en cuanto a lo que me atañe sobre reflexiones vertidas para con la fotografía.
La nota fotográfica, está a la vista en cualquier medio que se exponga, actualmente es armada de muchos momentos cotidianos tomados, la mayoría de las veces, con una cámara de bolsillo y montadas arbitrariamente por un programa de computación usado para fotos panorámicas. Si en un retrato la presencia del fotógrafo altera necesariamente la “naturalidad” de la escena, el hecho de posar sin tener un contacto visual con la cámara otorga a la imagen una “naturalidad” más cinematográfica, además de ciertas paradojas permitidas por la prolongación temporal que supone la secuencia.
Los fotografiados, cómplices necesarios, todos los protagonistas meritorios de la vida familiar, social, cultural, científica y deportiva reciban mi humilde y a la vez ignoto pero sincero agradecimiento. Pues, sin observar fotos de los álbumes de las familias de los bisabuelos de numerosos amigos y amigas, o innumerables dulces instantáneas escolares junto a la querida maestra de grado, o cumpleaños, o viajes de estudio, o reuniones festivas conmemorando diversos acontecimientos felices, o congresos y acontecimientos locales e internacionales, o históricas hazañas deportivas que aún promueven nostalgias, sentimientos y emociones eternamente vigentes no podría haberme expresado hasta aquí.
A pesar de toda la habilidad del fotógrafo y por muy calculada que esté la actitud de su modelo, el espectador se siente irresistiblemente forzado a buscar en la fotografía la chispita minúscula del azar, de aquí y ahora, conque la realidad ha chamuscado, por así decirlo, su carácter de imagen.
Pese a lo expresado son dignos de admiración los fotógrafos que siguen adelante con una vieja máquina que, aunque maltrecha, hace lo que ellos quieren o los que poseen una de avanzada tecnología que realiza muchas cosas ella sola y, además, permite seguir haciendo cosas desde el uso posterior de las herramientas digitales de última generación. Entonces, podría asegurar en contraposición con lo expresado que esa foto que uno -curioso- observa colgada en una pared o debajo del vidrio de un mueble, impecable, es el final de una larga construcción donde se conjuga ideología, sentimiento, experiencia, técnica y una posición ante la vida. Es un grito, un desafío, una provocación. Creo, sin ser un entendido experto en la materia, que un buen fotógrafo es aquel que se mete dentro de la foto -o de la secuencia fotográfica, la cinematografía como ya dejara enunciado- y esto no pasa por tener desarrollado el sentido de la oportunidad, sino en empujar al espectador a participar, a continuar armando la imagen fuera del marco -o de los cuadros sucesivos- Se pueden generar innumerables miradas con una foto, y cada una de ellas dice una cosa distinta. También, creo que una buena imagen desestabiliza, arranca una lágrima o hace cerrar el puño.
A todos aquellos -lectores u oyentes- quienes a fuerza de ser valientes y corajudos han llegado a este punto, cosa que celebro y me congratulo pues compruebo con agradable sorpresa su noble y generosa actitud indulgente ya que han soportado con estoicismo mi atrevimiento, rayano en la imprudencia, al punto tal de atender estas audaces y pretenciosas palabras en sintaxis a modo de consideraciones y reflexiones -de muy dudosa calidad- los invito, entonces, a que desarrollen el ejercicio de sus observaciones propias.
Para ejemplo, permítanme una licencia más, a continuación algunas de las mías, que recuerdo haber manifestado para aspirar salir airoso del paso cuando se me solicitó mi relación con las fotografías.

Observación I.-

Desde pibe, muy chico, las fotos son para mí una manera de conocer: a mis abuelos muertos, el primer día de clase de mi papá en Châlons-sur-Marne en la región de L´Champagne-Ardenne -tan lejos de acá, de mi barrio en el País del Fin del Mundo- con una boina adornada con una flor de lis de plata que, luego, lo identificara durante la Résistance en Lyon, la cara de mi tía Petit Thèrése -Teresita- muy jovencita, hermosísima, distinguida, trasuntando inteligencia inigualable, fe, esperanza, solidaridad y ganas de vivir, y sus cambios sin pérdida de ninguno de los atributos que la identificaban en las sucesivas instantáneas a través del tiempo, así también conocí cómo era la casa y la callejuela en la que yo nací en pleno puerto del río color de león, las escuelas de las monjas y de los curas en las que me criaron, educaron y formaron como persona; me impresioné y aún me impresiono con una foto de una monja jovencísima y bellísima, dulce y amantísima, dándome el biberón a pocos días después de haber nacido… mi adorada María Inés.
Escribí “para mí”, pero actualmente, ahora mismo, creo que para muchos es igual. La gente comúnmente lleva fotos en carteras, porta documentos, agendas y billeteras -muchas veces con alguna dedicatoria o una esquela en el reverso, un detalle que considero delicioso- , y dice, a modo de invitación: “¿Querés conocerme a mí…?”. Y utiliza la palabra: conocer”.
Aunque también es una manera de experimentar la muerte o de ensayarla… no conocí a mi madre cómo era antes de que yo naciera ni después. Todo es pasado, ninguna fotografía habla del futuro, no a mí, al menos. Las fotos son la felicidad de estar tristes -las nostalgias de las alegres cosas pasadas- o de llorar nuevamente una tristeza -la memoria de un dolor- Las fotos son un recuerdo. Aun si veo una fotografía de alguien a quien luego conozco personalmente, al haberlo visto en foto es haberlo visto en el pasado, en un tiempo ya muerto.
Pero vivo y tal vez eterno me hace sentir el ver una foto. Porque el presente del ojo, de la existencia mía, los siento potenciado por el ahora.

Observación II.-

Hace algún tiempo, empecé a pensar y luego a sospechar con ciertos y determinados fundamentos propios que las fotografías no son documentos estables sino más bien diseños en perpetua mutación. La primera señal la recibí al observar una vieja foto de cumpleaños: aparecían algunos personajes que jamás habían asistido a esa fiesta, otros que recordaba habían concurrido no estaban y de éstos las ubicaciones estaban alteradas. Después presté atención y con asombro vi que mi sonrisa de colegial se había borrado de todas las fotos escolares, dejando la sensación de que yo había sido un pibe triste y para nada feliz, como insistían en jurar mis vecinos de todo el barrio y amistades de toda la ciudad. Por último comprobé que todas mis fotos se habían transformado. Algunas levemente (un botón del puño de una camisa desabrochado, un cambio de color de una corbata), otras de un modo radical (una enorme valija de viaje en vez del portafolios con el que iba diariamente a la escuela, estatura disminuida, desaparición lisa y llana). Hoy sé que, en las fotos, los muertos denuncian su condición de tales con un tétrico guiño, como diciendo: aquellas cosas pasaron, estas también pasarán… Por eso, he llegado a la conclusión final de que conviene desconfiar de aquéllas viejas instantáneas de máquinas réflex, de las actuales captadas con máquinas digitales y de las que se tomarán con las de nuevas tecnologías que se adopten. Más pronto que tarde irán degradándose hasta tomar la forma de otras personas, o de un gato, o de un paisaje, o de nada.

Observación III.-

La primera vez que estuve en un laboratorio fotográfico, con la luz roja y la penumbra del recinto, digo de cuando se revelaba en blanco y negro, fue en el primer año de la escuela industrial, sentí una de las emociones más parecidas a esas que nos venían cuando éramos chicos y un mago nos hacía una magia y no conocíamos el prestigio. Hasta que no descubría los trucos era un verdadero misterio para mí.
Entonces, ver aparecer la imagen en el papel blanco, esperar que terminara de revelarse en la cubeta con el líquido revelador fue un momento extraordinario. Y luego, sucesivamente, pasarla a la otra cubeta con el detenedor y a la tercera con el fijador. Un proceso que no es propio de la magia, pero que aún hoy, adulto, creo debería serlo.
Algo parecido a la vieja alquimia, pero a la alquimia de las imágenes, de los que la foto captura, desde la mirada, desde la observación, desde el ojo que busca en la realidad, la revelación, la intuición del instante.

Observación IV.-

Será porque hemos volteando uno a uno la misma cantidad de almanaques o por cualquier otra razón. Lo cierto es que desde que lo vi en las películas, allá lejos y hace tiempo, en los últimos cines que aún subsistían y resistían que los mataran uno por uno los ahora reinantes complejos de múltiples salas cinematográficas en la ciudad, en los todavía vigentes vídeos casetes y actualmente en los discos de vídeo digitales que resguardan los filmes de culto lo tengo perfectamente observado y estudiado, bien fichado. Sé muy bien cómo construye y articula su cara Richard Gere. Frunce los labios y luego esboza una sonrisa y se le marcan dos rayas verticales y profundas en las comisuras de los labios. Entrecierra los ojos: como dos tajos le quedan al tipo. Se le ven con un aire vivaz, muy como simpáticos. Después (o no: después no, todo al mismo tiempo) frunce un poco y va abriendo de a poco apenas los labios, finalmente deja ver sus dientes ya en una sonrisa franca, seductora. Se caen las minas como moscas al contemplar tanta simpatía y virilidad, las mata. Cuando lo ven, las guachas salen corriendo para el baño mientras revuelven y revuelven las cosas de sus carteras y finalmente -ya en la intimidad que les otorga el sagrado recinto- sacan la bombacha de repuesto para cambiarla por la que mojaron. Otras, muchas -más prácticas- , se colocan pañales descartables y ponen cara de no darle importancia, que las reparió Sí, lo confieso y qué: lo envidio, sanamente, pero lo envidio. Así querría salir yo en las fotos. Con una caripela siempre fresca, lozana y juvenil, coronada con una cabellera bien poblada, subida en canas y hasta con unos cuantos meses sin mantener pero muy prolija ¿Cómo hace ese guacho para tenerla así, invariablemente? Con el coraje, la prepotencia, la seguridad y la seducción de armar una jeta así. A veces -si veo que el fotógrafo es medio distraído, por no decir medio boludo, que no se va a reír, digo- “pongo la jeta de Richard”. Después, cuando miro la foto en el diario o en la revista que salió o en el álbum familiar armado para la ocasión, me quiero morir. Me veo como un reverendo pelotudo. No tengo ojos seductores ni que sonríen por si solos. Además, los entrecerré tanto que salí como si durmiera una siesta o, más aún, como si hubiera finado, como si estuviera mortadela. Las rayitas de los bordes de mis labios ni se ven. Los dientes dan lástima: si una mina o alguien repara en ellos me manda al dentista, a lo del Busky Fissore con el que tengo confianza y es un capo para arreglar comedores. Pero hay algo peor. Para mí, que me saquen una foto es sonreír. Desde pendejo. En la playa me subía a una cámara inflada de cubierta de automóvil que hacíamos flotar para jugar con las chicas y los chicos de la barra en las aguas poco profundas y mansas de la orilla del río y el fotógrafo me decía: “Sonreí, pibe, decí wisky y sonreí, dale… una sonrisita y hago clic”. Me gustaría salir con cara de filósofo, de hombre importante, de escritor torturado. Nada. Si me sacan de cuerpo entero, peor. Me veo que unos cuantos kilos de menos no me vendrían nada mal, hasta algo de panza tengo. Sí, yo, que siempre en lo que más me defendí fue en la percha y la zona de los abdominales era una tabla de lavar la ropa, no tengo por qué negarlo: ando por las calles de la ciudad con algo de panza. Si Richard me ve, ni me escupe, de la repulsa y el asco que le causaría. Algún buen amigo me dice: “Aceptáte como sos, qué le vas a hacer”. ¿Qué le voy a hacer… qué le voy a hacer? ¡Ya sé que le voy a hacer! Hacerme fotógrafo, me voy a hacer. Como mi compañero, amigo y hermano del alma, el Arquitecto Marcelo Márquez Vizcarra, voy a ser como él: el artista de los fotógrafos y el fotógrafo de los artistas. El consejo me lo dio el mismo Richard. Se me apareció en un sueño, con un minón de esos que voltean muñecos como moscas, como la Sharon Stone, la Kim Bassinger, la Catherine Zeta Jones, ¡la Charlize Theron, sí, como la Theron!… que le hacía mohines, arrumacos y lo acariciaba suavemente, muy suavemente, y el chabón bien de guacho, nada, como si estuviera en otra parte, cuidando el estilo y las formas, sólo con la boca sonriente como suele hacerlo, los dientes perfectos y los ojos chispeantes. “Escuchá, chabón”, me dijo. “Si no te sentís bien de un lado de la vida, te ponés del otro”. Ahora, las fotos las saco yo y los que sufren son los otros. Al Arquitecto Marcelo Márquez Vizcarra no lo vi más.

Observación V.-

Para qué hablar tanto. Aunque nos guste. Con las palabras empieza la confusión. Desde que se comenzó a utilizar el daguerrotipo y su fantástica evolución hasta hoy, y estimo que por mucho tiempo, todo es y será sólo una cuestión de imagen.

 

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