Como los huesos que le otorgan el movimiento al tobillo derecho en el segundo previo a patear un penal con el pie derecho. Como la superficie entera de los labios durante un beso que será para siempre como una fugacidad. Como las pupilas de cualquiera que está en el día y la hora en los que por primera vez mira el rostro de su hijo. Como si la existencia no tuviera un antes o un después, como si la vida se concentrara en una sola acción y en un solo acto, el latía sus tardes y noches de fútbol en el Bar de la Esquina de Las Cuatro Fronteras con una oreja y un oído apretados, apretados y pegados, a una vieja radio portátil Spika. El Rogelio Tixe, el Bombi Tixe respiraba, se estremecía, exhalaba, susurraba y, más que ninguna otra cosa, escuchaba. Escuchaba fútbol de espaldas a las enormes pantallas de HD que emitían las alternativas del mismo partido por la televisión.
Un rato después, con toda la barra de chicas y muchachos del Bar de la Esquina de Las Cuatro Fronteras ya instalada en la Mesa Canaya, y empezando a empalagarse de aroma y sabor de café, el Bombi Tixe dejó de escuchar, guardó prolijamente su antigua radio portátil en su cartera y comenzó a explicar: “Me gusta el fútbol pero, sobre todo, me gusta el fútbol por radio. Me quedó el hábito desde que era pibe, desde el Mundial de 1966, el de Inglaterra. Lo juro: escuché cada palabra con la devoción que mi abuela le dedicaba a las misas de los domingos a las diez. ‘Beckenbauer, un señor jugador’, decía mi relator favorito, y yo, que era más o menos un chico, me lo imaginaba a Franz Beckenbauer, desfilando trajeado, impecable, sin sudores, sonriendo confiado en medio de rivales que no podían quitarle la pelota y, entonces, rendidos, lo aplaudían”.
“¡Beckenbauer, qué jugador!”, repitió el Matías Álvarez, el Divino Maestro Álvarez, emotivo habitué del Bar de la Esquina de Las Cuatro Fronteras, compenetrado en lo que escuchaba, casi como si la voz del Bombi Tixe saliera, no de alguien que le hablaba enfrente, sino, también desde una radio. El Ingeniero Carlos Martínez Cenizo, el Carli Martínez, otro contertulio distinguido del bar, un inteligente, un nostálgico, también pudo pensarse en esa edad donde la infancia está en plenitud y amaga con transformarse en adolescencia, igual de futbolero, con una portátil enlazada entre los dedos.
El Bombi Tixe se extendió: “¡Lo que fue el relato de la eliminación de la Argentina con los trolos ingleses! Yo todavía tenía frescas todas las letras ‘o’ que habían sonado con los goles de Artime a los suizos y a los españoles. Temblaba la radio con los goles”. El Carli Martínez se permitió una intervención parecida a la anterior: “¡Luis Artime, qué goleador!”, proclamó sin esconder admiraciones. El Bombi Tixe le devolvió un gesto breve de coincidencia y continuó sus memorias: “Yo estaba como hace un rato, con la Spika estampada en las cavidades de la oreja, sintiéndome como hace sentir el fútbol: no me importaba el mundo, me importaba ese partido: Entiéndanlo: los cuartos de final, Argentina contra Inglaterra, el local. Bobby Charlton, la figura de ellos, era un crack hasta para poner los pies sobre el césped. Cuando en la radio avisaba el narrador que él tenía la pelota, yo cerraba los ojos con toda la fuerza que me salían de las cejas y me convencía de que, si los mantenía cerrados, una araña escondida en el mismísimo estadio de Wembley iba a entrar para picarlo. No pasó ese día ni ninguna otra vez”.
Cuatro, … cinco gotas de café danzaron en el paladar del Bombi Tixe que hicieron de lubricante para acelerar su parlamento: “Cuando lo expulsaron a Rattin, quise que la radio, una amiga, mi amiga me mintiera. El Rata se iba de la cancha entre escándalos, contaban los relatores, los comentaristas,… hasta los locutores. Yo, siempre con la radio en la mano, amagaba con buscar a otros pibes para ir a defenderlo de los chotos ingleses. Y aunque la radio no decía que Rattin lloraba y era cierto que no lloraba, yo lo veía, cierto que lo veía, con la camiseta celeste y blanca empapada de llanto. Más tarde, cuando en la radio sonó el gol de Hurst, el del 1 a 0 conque ganó Inglaterra, el que lloró fui yo”.
Casi desde la ingenuidad el Carli Martínez lanzó un comentario: “Al mundial de 1970, ya lo vimos por televisión”. El Bombi Tixe no lo dejó pasar: “Sí, aquel Mundial de 1966 fue el último que dependimos de la radio. Después, siguió habiendo grandes transmisiones, pero la tele cambió casi todo. Bah, todo menos a mí: yo no me acostumbré, sigo escuchando el fútbol por radio”.
El Divino Maestro Álvarez lo enfocó a mitad de viaje entre el asombro y la admiración. El Carli Martínez no supo qué decir, así que llamó a la morocha más dulce de las mozas, la Eva Orellana, la Erika Arario, la Gringa Arario, y le pidió café para todos. En el Bar de la Esquina de Las Cuatro Fronteras, la tarde ya estaba bien avanzada, tan avanzada que las campanas de la iglesia de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro llamaban al rezo del Ángelus del crepúsculo y el Bombi Tixe intervino de nuevo: “Eso, café para todos… bien potente para las chicas y, por favor, Gringa querida… encendé la radio. En una de esas, se escucha algún partidito”.
Chalo Lagrange
Verano sin tregua, enero de 2013.-
Para M. L. P.: Anoche le pedí a un ángel que fuese a protegerla mientras dormía. Al rato volvió y al preguntarle por qué había regresado, me respondió … “Un ángel no necesita que otro lo proteja”.-