La mitad de los grabados atribuidos a Rembrandt no son suyos
Rembrandt, el maestro indiscutible del Siglo de Oro holandés, no pintó ni grabó personalmente todas las obras que se le atribuyen. Víctima de su éxito y de un tren de vida arrollador, la autoría de sus lienzos ha sido objeto de escrutinio durante los últimos 42 años. Ahora le ha llegado el turno a los grabados, una técnica a la que se lo debe todo. Nadie ha igualado la perfección de sus dibujos, ejecutados a veces sin boceto previo.
El artista estampaba todas las hojas sobre planchas de cobre dibujadas antes a punzón. Les daba su toque único de color y las entregaba al cliente. Entre 1625 y 1665 hizo 315 grabados, pero la mitad de las 18.000 copias guardadas en los museos del mundo no son suyas, aseguran Erik Hinterding y Jaco Rutgers, conservadores del Rijksmuseum de Ámsterdam. Según sus cálculos, ni siquiera salieron de su taller. Fueron ejecutadas tras su muerte y con papeles y tinta más modernos. Así las cosas, la cotización de los verdaderos aguafuertes puede aumentar de inmediato en el mercado del arte.
El problema de la autoría presenta aquí características especiales. Las matrices de cobre de las copias espurias sí eran las creadas por el artista. De modo que tal vez pudiera hablarse de una especie de copia verdadera. Una teoría descartada sin miramientos por ambos expertos. En su opinión, no se puede presentar como auténtico un grabado de Rembrandt (1606-1669) impreso en el siglo XVIII por manos mercenarias.
“Se han vendido como si fueran de un pasado cercano al autor para aumentar el interés. Pero no le hacen justicia. Son reproducciones de mala calidad con dibujos sacados de planchas gastadas”, dijo Hinterding, durante la presentación del estudio. El Rijksmuseum ha acompañado la investigación, que verá la luz completa en enero, con una muestra para verdaderos amantes del pintor. Titulada Rembrandt al descubierto reúne 36 grabados de los que se ha trazado el árbol genealógico.
El artista holandés marcó el siglo XVII con la intensidad de sus retratos y el uso del claroscuro, dos señas de identidad que le sitúan en un lugar privilegiado de la historia del arte.
Con los grabados fue también un innovador. La técnica le gustaba mucho, y en su tiempo, las copias se vendían de maravilla. El que no podía adquirir un lienzo, colgaba en la pared un grabado de la estrella del momento. Rembrandt necesitaba el dinero porque gastaba mucho en su vida privada, y los aguafuertes fueron su salvación. También cimentaron su reputación internacional. Una hoja era indudablemente más fácil de transportar que una tela de grandes dimensiones, y los visitantes extranjeros se las rifaban durante sus viajes.
Cuando tenía la imagen, ya fuera un autorretrato, o bien motivos religiosos y mundanos, los retocaba hasta conseguir el efecto deseado. Sus paisajes sentaron la pauta de la obra gráfica posterior. Algunas imágenes tienen incluso gran carga erótica, algo que no trasladó a la pintura. Con el papel y la tinta lograba luego juegos de luces y sombras sorprendentes en obras muy pequeñas. Además de oscurecer grandes zonas, también usó punta seca. Al principio de su aventura, prestaba mucha atención al detalle. Dibujaba y mejoraba hasta obtener varios grados de profundidad visual. Al final de la época, elimina lo superfluo y se concentra en las formas y el objeto mismo, desprovisto de aditamentos.
Como en la pintura, se autorretrató a menudo con diferentes tocados y distintos momentos vitales. Se dedicó con tal ahínco a la estampación, que sus piezas eran únicas. Los conservadores holandeses han visto, asimismo, que el papel preferido del artista era japonés. Una exquisitez en su época que no usó ninguno de los copiadores posteriores. A pesar de su carga de trabajo, y de las penurias económicas, Rembrandt solo dejó de grabar cuando las deudas le obligaron a vender su taller. Una pena, porque no pudo evitar la bancarrota final.
El tratado de Hinterding y Rutgers se suma al del Proyecto Rembrandt, que ha rastreado la autoría de sus cuadros durante las últimas cuatro décadas. La información sobre los lienzos se ha traducido en cinco volúmenes que consideran auténticas 240 pinturas. Otras 162 han sido rechazadas como propias. Restan unas 80 por catalogar.
Si bien no es lo mismo tener, o no tener, un rembrandt auténtico (otra cosa es el reconocimiento de la valía de sus alumnos y del taller), el estudio de los grabados puede revolucionar también las colecciones. Si lo hizo él, desde el buril a la tinta, será muy valioso.
Pero a partir de ahí, habrá grados de cotización. “Los realizados en su tiempo, aunque ya fuera de su control, serán más apreciados que los siguientes. Al final, lo importante es comprobar la procedencia real de lo que se exhibe al público”, han advertido los conservadores.
Fuente: http://cultura.elpais.com/cultura/2012/11/20/actualidad/1353427894_267177.html