Lo virtual está aquí. Pero lo físico no se ha ido. Para dominar ambos malabares se requieren imaginación y osadía, sin descuidar la sensatez, prueba y error. En eso andan las editoriales. Cada una explorando caminos. En el Encuentro de Editores Europeos que se celebra estos días en la Casa del Lector, en Madrid, se evidenciaron ayer distintas estrategias (y también sensibilidades) para afrontar todos los cambios que implica la irrupción de lo digital. Del desconcierto a la apertura de miras, las respuestas tienen toda la graduación posible, pero los editores son conscientes, como recordó en la primera sesión de debate Henryk Wozniakowski, presidente de ZNAK, la editorial más prestigiosa de Polonia, de que ya no volverán a ser el faro cultural que fueron en tiempos de Benjamin Franklin. Serán otra cosa.
Reino Unido, isla en más aspectos que el geográfico, es el mercado de vanguardia en Europa. Las ventas digitales del sector editorial alcanzaron el 12% el año pasado. Una cifra muy alejada de las registradas en Alemania, Francia, Italia o España, que oscilan entre el 1% y el 3%, según el informe de la Federación de Editores Europeos.
Ese carácter de avanzadilla también se evidenció en la exposición de Anna Rafferty, la directora de Desarrollo Digital del grupo británico Penguin, que arrancó con una ración de orgullo (“En Penguin ya ganamos dinero con los formatos digitales, son el 17% de las ventas globales”) y finalizó con una lección de optimismo (“Queremos participar en lo nuevo. Ya no somos una empresa que primero imprime y luego hace lo demás”).
¿Y que es lo demás? No solo libros en formato electrónico, que en eso están todas las empresas. Dado que los aparatos de lectura electrónica son solo uno más de los dispositivos posibles (y sus opciones limitadas), Penguin está desarrollando aplicaciones para tabletas y móviles que posibilitan lecturas interactivas. Uno de los ejemplos más recientes es el Diario de Anna Frank, que permite desplegar un plano virtual de la casa y el habitáculo donde permaneció escondida. “Lo digital permite nuevas formas de contar historias. En los libros para niños, por ejemplo, se pueden usar aplicaciones con la ventaja de ser interactivas, algo que no es posible en el libro electrónico”, comentó. Una experiencia similar ha desarrollado Santillana en España en aplicaciones para iPad como Objetivo Cupcake perfecto (libro de cocina) o Pupitre (ámbito escolar). “Va un poco por delante el tránsito digital en los ámbitos educativos y de no ficción”, indica Miguel Barrero, director de Negocios Digitales de Santillana.
En los nuevos senderos que tantea Penguin se incluyen también libros en audio, que se pueden cuartear por capítulos (en versión impresa las historias cortas de Roald Dahl son un todo inseparable), nuevos talentos encontrados en la autoedición —un filón para productos comerciales al estilo de las sombras de Grey— y una relación directa con los lectores, que prescinde de la intermediación de periodistas y libreros. Debe dar resultado porque cada día visitan la web de Penguin seis millones de usuarios. “Queremos participar en todo lo nuevo que surge y utilizarlo para nuestro beneficio”, señaló Rafferty.
En Francia la batalla ha estado en otro frente. El fiscal y el marco legal. Ha sido, junto a Luxemburgo, el único país de la Unión Europea que ha equiparado el IVA del libro electrónico al del impreso, un tabú para Bruselas, que ha denunciado a ambos países ante los tribunales al considerar que provoca “graves distorsiones de competencia” respecto a otros socios comunitarios. La aplicación del IVA superreducido (4%) al libro electrónico es una reiterada reivindicación del sector editorial español, apoyada desde la Secretaría de Estado de Cultura, como recordó ayer la directora general de Política e Industrias Culturales y del Libro, Teresa Lizaranzu.
“Hemos establecido un entorno legal constructivo”, afirmó Eric Marbeau, director de Desarrollo Digital de Editions Gallimard. Además del IVA, que ha supuesto un abaratamiento de los formatos electrónicos, el Gobierno ha establecido por ley que la fijación del precio del libro electrónico corresponde a los editores, aunque gozan de flexibilidad para variarlo a conveniencia.
Las seis principales editoriales francesas también han creado una plataforma de distribución de comercio electrónico, en paralelo a las multinacionales del sector (Amazon, Google, Apple…). “No tenemos un canal de distribución oligopólico”, subrayó.
Monopolios y piratería son los aspectos derivados de las nuevas tecnologías que preocupan a Stefano Mauri, presidente del grupo italiano Mauri Spagnol. “Estas plataformas tienen un objetivo distinto: no es diseminar la cultura ni satisfacer a los consumidores, sino hacerse con la parte rentable del negocio, es legítimo, pero no les importa si destrozan el lado artesano del negocio”, lamentó.
En Italia, florece el mercado de tabletas. Del millón y medio que había en 2011 se calcula que se pasará a 11,6 millones en 2015. “Tenemos que hacer un esfuerzo para entender este nuevo mundo. La gente leía más libros en papel porque tenían menos alternativas de ocio, ahora competimos con películas, música, redes sociales”, planteó Mauri, que reivindicó el papel de los editores. “Muchos libros no estarían en la lista de best-sellers sin ellos”.
Santos Palazzi, director de Desarrollo Digital de Planeta, señaló que estos nuevos tiempos reclaman una voluntad “clientecéntrica”, donde el eje es el lector, cuyos hábitos y gustos pueden rastrearse en Internet. Y hay otros cambios: los derechos de autor deben ser internacionales (ya no hay barreras físicas) y la catalogación de los libros (metadatos) es crucial para la difusión. Ya no hay dilema entre lo impreso y lo virtual. Lo dijo bien claro la directora de Siruela, Ofelia Grande: “Están condenados a complementarse. Tenemos que ofrecer los dos formatos para que el lector elija. Esto no es una guerra”.
Fuente: http://cultura.elpais.com/cultura/2013/04/11/actualidad/1365675944_356106.html