Una doula que rompió bolsa durante una abducción presumida en tiempo arcaico y espacio Neptuno alienta lo que será un desprendimiento corpóreo bajo el agua del delta del Paraná en apenas 10 minutos. Tiene un Rosario en sus manos y como una prédica acaricia cada eslabón como si fuese un hijo nuevo.
Como una forma de parir incautada en la frecuencia metafísica del cosmos, sabe de la dilatación y del desagüe. Otra cultura de la gestación, la materia impura estampando su figura contra las paredes del útero. Sabe de los otros seres, sabe de la génesis y de los otros moldes, sabe de un lenguaje propio de las salas, sabe de su feminidad calada.
El neonatologo impide el paso de la luz y el tiempo, acaso el embrión fecundado en la oscuridad no es un anacronismo? Dice doblegando el esfuerzo de sus manos envueltas en guantes de goma que asfixian el ungüento. Va sacando partes de la vida en un orden aleatorio e infrecuente sobre el esbozo discursivo de la doula que está de siete meses esperando un niño prematuro que la redima de otro asalto al cuerpo antes del verano, que la sancione de la impertérrita sustitución simbólica de vivir en la tierra, de ser pedestre. De la bipedestación reactiva de una malformación y la necesidad de nacer sentados.
El recién nacido es de la misma forma que el parto tuvo en su cuerpo escuchando palabras de otros experiencia aturdidas por el desvelo o el movimiento entrañable del cordón umbilical que termina ahogando a la partera que acompaña resentida la figura que dejaron los años después de la costura en las trompas de Falopio.
Quiso ser madre para contar su anécdota y no tuvo otra opción mezquina que la de corroborar el sexo cuando las cosas vienen de los padres nuestros y el fin de los misterios ahora parece dar la luz y tiempo a lo que sale de uno pero se convertirá en otra voz aconsejable del destino de otras oscuridades y anacronismos.
Todos escuchamos sus últimas oraciones.
Maniobras estipuladas de esferas oxidadas en la pesadumbre del crecimiento, algo de todo lo dicho queda marcado en el espejo, cuando nos vemos.
Todos vimos sus últimos defectos.
El grito primal le devuelve al mundo su propio lenguaje materno, parecían trillizos pero sólo la inercia del mundo se asemejaba pronto a este desenlace. Somos sus últimos defectos.