Whitman, cúmplase ya nuestra hora. De mis miradas hago
una escalera, con mis pasos tejo una almohada.
Esperaremos. El hombre muere, pero es más duradero
que la tumba. Cúmplase ya nuestra hora. Espero que
corra el Volga entre Manhattan y el Queens. Espero que
desemboque el Huang Ho junto al Hudson. ¿Te
sorprende? ¿Acaso no desembocaba el Orontes en el
Tíber? Cúmplase ya nuestra hora. Oigo un estruendo,
un fragor: Wall Street y Harlem se reúnen: júntanse las
hojas y el trueno, el vendaval y el polvo. Cúmplase ya
nuestra hora. Las conchas construyen sus nidos en la ola
de la historia. El árbol conoce su nombre. Y hay agujeros
en la piel del mundo, un sol que cambia su máscara, su
destino, y solloza en un ojo negro. Cúmplase ya nuestra
hora. Podemos girar más aprisa que la rueda, podemos
romper el átomo y flotar en un cerebro electrónico
pálido o radiante, vacío o lleno. Podemos hacer de los
pájaros nuestra patria. Cúmplase ya nuestra hora. Hay
un pequeño libro rojo que se alza, no sobre las tablas que
se astillan bajo las palabras, sino sobre la madera que
se ensancha y crece, la madera de la locura sabia y
la lluvia que cae limpia para ser heredera del sol.
Cúmplase ya nuestra hora.