El hombre que sembraba en el pavimento

Allí, con su mirada clavada en el horizonte, iba el hombre que sembraba en el pavimento.

Su bolso colgaba de su hombro pesadamente.

¿ Qué llevaba para cargar tanto peso..?

¡Esperanzas..!

Estaba lleno de esperanzas.

Iba buscando en su itinerario la fertilidad de esa gris y dura superficie.

El sabía que no todas las puertas eran ciertas.

No obstante el desafío era  encontrar otras puertas, que eran invisibles a los ojos de la gente, pero que él podía ver o intuir.

Si bien no tenía un sombrero grande de paja, igual se convocaban los pájaros que trinaban y revoloteaban a su alrededor eso le hacía presuponer buen tiempo.

El sembraba ilusiones y buscaba cosechar un fruto escaso y muy apetecible que nacía de la planta del -“Sí”.

El -“No” – solía ser aunque en las antípodas ;  la puerta cerrada, pero muchas veces y no con poco empeño lograba transformarla.

Lógicamente había que utilizar un fertilizante que no contaminara;  el tiempo.

El tiempo no era benévolo, ya que incluía, días enteros, noches y una acumulación de tan alta cantidad de horas donde no daban frutos y eso lo desesperaba.

La esperanza, aunque acumulada, no era garantía de éxito. Pero era junto a la paciencia el combustible más caro, pero el que lo llevaría más lejos.

El repetía la costumbre de los viejos agricultores, siempre miraba al cielo, en este caso no era para  avizorar la lluvia que precedía siempre a la buena cosecha, pero sí agradeciendo el milagro de la supervivencia.

A veces el desaliento era mayor, el cordón de la vereda parecía adquirir la altura de una montaña, y todos sabemos de la poca fertilidad de la montaña y sus rocas.

Podría el desaliento apoderarse de todo..?

¡No!

Había que rebuscar en el bolso y encontrar alguna sonrisa, alguna palabra que permitiera vulnerar fronteras que nos permitiera hacernos de la tierra fértil y el fruto tan deseado.

Las herramientas tampoco garantizan nada, a veces una palabra, otras veces agregar algo, sorprender quizás, esconder alguna nube oscura, encender el sol, eran tantas las posibilidades, pero ninguna infalible.

El fracaso un huésped indeseado, y el triunfo se alternaban y todos sabemos que ese oficio se nutre de una fe  inclaudicable .

Querer no siempre es poder, pero es lo que más acerca.

Allí van… se los puede ver en las calles, el hombre que siembra en el pavimento, a veces vestido de negro, formal, o con ropas casuales, con más o menos tecnología, jóvenes o viejos.

Son los primeros en amanecer.

Son resistentes al sol, a la lluvia, y ante el mal tiempo rezan.

Se alimentan de grandes convicciones.

Ese hombre que siembra en el pavimento es imprescindible ya que su fe mueve montañas y llena de trigo el horizonte.

A veces la adversidad se convierte en vientos huracanados, y siente como el torero que fue herido, que no puede volver al ruedo, pero se arma de coraje, borra en silencio alguna lágrima, hace un bollo con su angustia y la arroja a un costado, y como experimentado y solitario labriego, sabe que el mal tiempo es una contingencia previsible.

Sabe mejor que nadie del amanecer y el nuevo día.

 

Entradas relacionadas