El Coleccionista

En la pared lateral izquierda de esa enorme habitación que es casi un museo, el Coleccionista tiene todo. Todo: entre otras muchas cosas, se pueden observar un póster de grandes dimensiones que ha perdido algo de sus brillantes colores, desteñido, con la foto de los once muchachos que le ganaron a Holanda y un enorme afiche francés en el que la pelota es una calavera; una gacetilla de divulgación masiva, un volante, en el que ya no se lee nada salvo dos palabras hermosas y entonces clandestinas: derechos humanos, y un título de un diario tradicional -mucho más que oficialista por entonces y tradicionalmente enemigo de la gente de paz y trabajo de las clases populares- que dice en su tapa a modo de único y gran titular: “una victoria frente a los profetas del odio”; una entrada a la tribuna popular con el número 38 que sirvió para ingresar al partido número 38 del campeonato, o sea la final, y unas fotos de espantos que son el frente de la ex Jefatura de Policía y el de la ex Sede del Comando del IIº Cuerpo de Ejército. Todo: desde el 25 de junio de 1978. El Coleccionista lo decidió y lleva más de un tercio de siglo -ya, un tiempo hasta más largo que el de la edad de muchísimas de las innumerables victimas de la última dictadura cívico militar- juntando documentos de aquel Mundial campeón y doloroso, de aquel Mundial azul-celeste, blanco y negro.
En la repisa más ancha que cubre del piso al techo la totalidad de la pared del frente de la enorme habitación que es casi un museo, el Coleccionista guarda un grabador viejo, de carreteles y cinta. No sabe ni puede comparar con alguna otra cosa cuánto le costó porque no sólo el horror sino también la moneda vivía en esa época en estado inflacionario. Desde el grabador -que funciona perfectamente- salen voces: primero, los gritos de un relator desbocado que narra el gol inicial de la victoria que valió el título; segundo, el discurso del dictador Jorge Rafael Videla en la ceremonia inaugural, que se frena para repetir una palabra que era una falacia: “paz”; tercero, la garganta del ex Secretario de Estado de los Estados Unidos de Norteamérica, Henry Kissinger, proclamando a pocas cuadras de donde había cárceles clandestinas de torturas y crímenes aberrantes -verdaderos campos de concentración y muerte camuflados y aislados en plena urbe- que la Argentina -así llamaba al País del Fin del Mundo- “tiene un gran futuro a todo nivel”; cuarto, un diálogo reciente entre dos amigos del Coleccionista, uno que estaba en la calle y otro que estaba en prisión -en realidad cabe decir con mayor propiedad: desaparecido- en ese 25 de junio. “Aquel domingo, yo pensé que nos mataban a goles”, dice el primero, “aquel domingo, yo pensé que nos mataban a golpes”, evoca el segundo.

En un rincón de la enorme habitación que es casi un museo, apretado entre fotos, papeles, revistas y diarios, se destaca un televisor. A la vista quedan las escenas del equipo representativo del País del Fin del Mundo, convencido de llegar al otro arco con enjundia y con exquisitez técnica, con audacia y con firmeza; y también quedan los gestos de los jerarcas del terror y la barbarie, entregando una copa que trataron de hacer propia aunque los que ganaron fueron los bravos jugadores. Explica el Coleccionista: “No tengo tantas imágenes: en realidad, la Argentina -como la llamaban ellos- era una tierra de ojos vendados”.

En un estante de la enorme habitación que es casi un museo, no aparece el balance económico del Campeonato Mundial de 1978 porque nadie lo presentó nunca. Pero, están un par de matas de pasto: una de la soberbia ronda semifinal desarrollada en el Estadio Gigante de Arroyito -la cancha de Rosario Central- de la Ciudad Más Futbolera del Mundo, otra de la final en el Estadio Monumental de Belgrano -la cancha de River Plate- de Buenos Aires y los restos de un cigarrillo que alguien tiró en la tribuna ese día, mientras se disputaba la final. El Coleccionista asegura que aprendió que en esas pequeñeces cabe una totalidad. Que esos mínimos recuerdos representan lo que sería imperdonable perder: una memoria. Las matas de pasto llevan puesta la marca de la gloria deportiva. Y los restos del cigarrillo simbolizan lo demás: un país hecho cenizas.

Para M. L. P.: Acepto todo lo que hice. Nunca busqué mejor ventura que la obtenida desde la Divina Providencia. Acaso hay algo mejor que Amar, ser fiel y consecuente, desear y rogar por la vida y la felicidad del ser Amado.- 

Chalo Lagrange

Otoño, mayo de 2009.-

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