Poesía, cosecha del indigente

Mirándolos se diría

que todos se han resignado a un invierno sin fin.

Replegados en el “Café de las dos cruces”,

cautivos, poco menos que hechizados,

abren cada tanto pequeños surcos de luz en las ventanas

que la niebla opaca enseguida

y acceden sin aliento a la nieve que no cesa,

a calles solas, marchitas y encharcadas.

Ha llovido, nieva, nada pasa.

Espera, manos muertas, murmullos sin fe.

Una antigua quietud que gotea de un tiempo sin horas.

 

Aquí en Botafogo, en cambio,

el sol ciega un mar vencido por la dulce indolencia del verano.

Desde aquí los imagino,

ante un mar que derrama mansedumbre

sobre los cuerpos desnudos y dormidos;

desde la arena encendida, veo a los hombres cautivos

que abren pequeños surcos de luz en las ventanas.

 

¿Qué quiero, qué no sé?

¿Qué buscan estas simetrías?

¿Qué esconden desplegándose?

¿Adivino, sueño, escucho?

Vivo atrapado en el lenguaje como un oso en una red.

Él dispara zarpazos, yo imágenes sin rumbo.

No encuentro lo que está donde lo busco.

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