CLXVII.- Gambeteaba como nadie

No fue el exceso sino la falta de audacia lo que hizo el mejor amigo del Omar Alama, el Chino Alama, se volviera un gambeteador sin igual. Sin igual significa tanto como eso: sin igual. Era sin igual porque nadie gambeteaba como él y, sobre todo, porque nadie había aprendido a gambetear por las mismas razones que él. Lo juró el Chino Alama con todo el Bar de la Esquina de Las Cuatro Fronteras como testigo: su mejor amigo se había vuelto un gambeteador sin igual siguiendo a una mujer.

“Necesitaba verla, pero no se atrevía a dirigirle la palabra”, ratificó el Chino Alama mientras en el Bar de la Esquina de Las Cuatro Fronteras, teatro de con-versaciones hechas con pasión y fútbol, la vida iba detrás de esa historia. “Mi mejor amigo la debe haber descubierto a los … cuatro, no a los cinco años. Ella caminaba sobre una vereda y él pateaba en la plaza que se apoyaba esa vereda. Ni dudó: se llevó la pelota con su pie derecho, eludió a una señora que avanzaba hacia la panadería, le amagó a un cartero que cargaba una bolsa enorme y no paró de gambetear gente, piedras, pozos y vehículos hasta que frenó en la puerta de la casa de ella”, repasó el Chino Alama. Y, previsible, agregó: “No tenía opción, gambeteaba muy bien o la perdía para siempre”.

Tras aquella circunstancia de la niñez, el mejor amigo del Chino Alama se enamoró para todos los tiempos, reiteró el ejercicio de gambetear detrás de su dama ya en la adolescencia y en la adultez, y no cesó en su tarea ni siquiera cuando esa mujer tuvo una breve vocación por el montañismo y subió al segun-do de los picos cumbres de una cordillera. “Ustedes -planteó el Chino Alama- se preguntarán por qué nunca cambió la gambeta por un acercamiento diferente. La misma pregunta le hicieron los cien entrenadores que lo sumaron a sus equipos, fascinados por sus gambetas. La verdad es que una tarde mi mejor amigo juntó coraje, gambeteó hasta quedar pegado a ella y la miró como se mira a los mapas de los mundos perfectos. Sin embargo, en el momento que iba a hablarle, la pelota le tembló en el pie y continuó gambeteando”.

“Y ahí se terminó”, conjeturó mal alguien en el Bar de la Esquina de Las Cuatro Fronteras. El Chino Alama balanceó la cabeza y llenó el aire con una sorpresa: “No, desde entonces es ella la que gambetea tratando de llegar hasta él”. Luego pidió un café corto y pensó cuantos misterios caben en todas las gambetas y, también, en todas las historias de amor.

 

Chalo Lagrange
Verano, enero de 2013.-

Para M. L. P.: Dicen los que saben, que no seremos recordados por nuestras palabras, sino por nuestras acciones. Que la vida no se mide por cada aliento que tomamos, sino por las cosas que nos quitan el aliento. Dicen los que saben, que toma un instante encon-trar a una mujer especial, un instante para apreciarla, un instante para amarla, pero ni una vida entera para olvidarla. Sí señor.-

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